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Remembranzas perdidas

Philosophiae Naturalis ·

Hay quien jamás ha montado en burro, ni conoce el sabor de la leche ordeñada, el pan horneado en barro, el campo sin ruido...

Viernes, 21 de enero 2022, 07:36

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Recuerdo uno de aquellos burros de mi pueblo, más concretamente el mío, bebiendo sin prisa del pozo de aguas limpias y frías, dejando pasar la ... tarde. Tras abrevar, sabía que tocaba guarecerse del crepúsculo y ronzar la buena medida de pienso que le dábamos, con trigo y centeno. Pasaba yo mucho tiempo con aquel burro antañón cuando, al término de la cosecha, tocaba arrear las vacas por los barbechos en lontananza de la hoja labrantía. No le daban miedo las vacas, se arrimaba a ellas cuanto fuera necesario, no como el mulo, su compañero, al que espantaban las astas como si fuesen la osificación del mismísimo diablo. El burro era listo como él solo: entre otros muchos conocimientos, sabía desanudar los lazos del cañizo con que cerrábamos la pesebrera. Solo cuando, finalmente, se hizo viejo, pude verlo dormitar sobre la paja. Yo pensaba que las caballerías nunca dormían. Un buen día, el crepúsculo acudió a sus pupilas, bajo la serenidad del aire franqueado por los vencejos. Mi tío lo vendió, junto al mulo, también ya muy viejo, a un gitano que compraba ganado añoso y a quien pregunté, con una inocencia ciertamente ilusa, a dónde los iban a llevar. «Al starlux», me replicó. Por ese motivo jamás he comprado sopicaldo de carne.

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