Estos días hemos aprobado en el Congreso la renovación del pacto contra la violencia de género. Un segundo consenso de un compromiso político e institucional ... con el derecho de las mujeres a una vida sin violencias machistas. Un acuerdo para continuar salvando vidas y rescatando derechos de las mujeres que aún hoy en día sufren en España una desigualdad que mata, viola, secuestra, humilla, somete y aterroriza. Sólo la ultraderecha se ha excluido.
Fue un político valiente, el presidente José Luis Rodríguez Zapatero, el que, en 2004, hizo posible en una ley el compromiso, hasta entonces inexistente por parte de las instituciones, contra la violencia machista. Zapatero inició su mandato poniendo nombre a una violencia, la machista, que permanecía silenciosa ante los ojos de todos en la democracia española. Este mes de febrero se han cumplido 20 años de esa Ley Orgánica contra la violencia de género. En este aniversario, con otro presidente socialista, Pedro Sánchez, este acto de Estado se renueva garantizando el compromiso de los poderes públicos con esta herramienta. Porque ese acuerdo permite una actuación coordinada en todos los niveles institucionales, facilitando políticas de cooperación para desplegar las actuaciones pactadas con eficacia.
Comparto con la inmensa mayoría de diputadas del Congreso la esperanza sentida por el logro de este consenso de Estado. Y agradezco a las valientes diputadas ponentes su trabajo y su capacidad de diálogo y acuerdo para lograr una renovación del pacto que era urgente y necesaria dado el tiempo transcurrido. Pero sobre todo porque el machismo sigue provocando una sangría de sufrimiento y muerte en un recuento inagotable de víctimas. Un drama nacional con unas cifras aterradoras: 1.296 mujeres asesinadas desde 2003 en que comenzaron a registrarse formalmente las víctimas. 474 menores de edad huérfanos o huérfanas y otros 62 asesinados por sus padres en este tiempo sólo para hacer daño a sus madres. Es tan incomprensible como escalofriante.
Por eso es importante el pacto de Estado. Como lo es también no defraudar la esperanza que sentimos por el acuerdo suscrito. Ahora el trabajo es implementar el acuerdo y desplegar las medidas y acciones que se contienen. Reflexionando sobre la forma y los tiempos de hacer posible lo pactado, quiero resaltar la importancia de resolver previamente una cuestión, imprescindible en mi opinión, teniendo en cuenta las circunstancias políticas que nos rodean y que son peligrosas para las víctimas del machismo. Hablo del momento actual, con una ultraderecha negacionista venida arriba, sentada en los gobiernos locales de más de 140 ayuntamientos de España de la mano del PP, y de su influencia en el discurso y programa del principal partido de la oposición. Por eso creo que es necesario resolver esa cuestión previa, que es fundamental para la utilidad y la eficacia del pacto firmado, interrogante al que sólo puede responder el PP, al que pido reflexión y respuesta. Voy a ello.
La experiencia política nos confirma que los pactos de Estado en los que la prioridad está en salvar vidas –y garantizar libertades y derechos–, como es este caso, la eficacia se reduce a mínimos si no se aborda su implementación con lealtad y voluntad real de cumplirlos. En esto, los y las vascas tenemos muchos trienios pudiendo haber comprobado con horror el efecto de la deslealtad en los pactos de Estado que combatían otros terrorismos y violencias.
Todas las mujeres somos víctimas potenciales de este terrorismo, el machista, que nos quiere solas, débiles, aisladas y con nuestros derechos, vidas y libertades en permanente riesgo. Y nuestra situación es más precaria ahora, ante el avance de una política negacionista y violenta con la igualdad entre hombres y mujeres, contra el feminismo y las políticas igualitarias. La prepotencia y atrevimiento de los ultras sería menor o no sería, si no tuvieran el abrazo y la complicidad, por acción u omisión, de la derecha española en sus políticas negacionistas. Lo digo porque el pacto ha de implementarse en todos los gobiernos de todos los niveles. Y si para contar con el apoyo de los ultras, como ha hecho el PP, has puesto precio y eliminado a las políticas de igualdad en los gobiernos autonómicos y locales, te conviertes en cómplice. Y si igualmente has puesto precio a las políticas de protección de las víctimas de la violencia machista, te conviertes en cómplice también. Y la complicidad y el colaboracionismo con los ultras acaba costando vidas de mujeres. Es tan duro como cierto.
Por eso, el PP ha de despejar, urgentemente, esta cuestión una vez aprobado el pacto en el Congreso y responder si está del bando de la igualdad y de las víctimas o si está en el de los que niegan la igualdad y la violencia machista, justificando a los maltratadores. No se puede estar en ambos bandos, porque si estás en los dos bandos, pierden los derechos y ganan los de ultraderecha.
El PP tiene que separarse de las políticas de los ultras porque con la vida y los derechos de las mujeres no se juega. Les ruego que no nos pongan más en riesgo de lo que ya estamos. Les pido que hagan política responsable, cumpliendo con lealtad con un pacto de Estado escrito para salvar y rescatar a las mujeres del terrorismo machista. Lo hago porque les necesitamos de nuestro lado: el enemigo es poderoso y además está más envalentonado que nunca.
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