¿Dónde queda la solidaridad?
El contexto social tan catártico que estamos viviendo como consecuencia del coronavirus centra toda nuestra atención y nuestra preocupación en esta crisis y conduce lógicamente ... a relativizar la importancia y la repercusión de otros ámbitos de debate. Por ello, esta ventana de reflexión viene presidida por el deseo de que recuperemos cuando antes nuestra ansiada rutina y normalidad ciudadana.
La nueva crisis de los refugiados que tratan de llegar a Europa tiene como tristes protagonistas a miles de ciudadanos sirios que huyen de la guerra de su país a través de territorio turco –con casi cuatro millones de refugiados de esa nacionalidad– y que, desde allí, pretenden trasladarse a Grecia como estación de paso hacia Europa del norte y del este, siguiendo la senda que un millón de personas siguieron ya en el año 2015. Ahora, cuando lo han intentado, el Ejército, la Policía y grupos de extrema derecha lo han impedido, en muchos casos violentamente, atacando a las columnas de hombres, mujeres y niños y a las ONG que tratan de ayudarlos. Además, Grecia ha suspendido el derecho de asilo contemplado en la Convención de Ginebra de 1951.
Cabe recordar ahora que la respuesta de la UE a la crisis migratoria de 2015 fue sellar con Turquía un acuerdo migratorio por el cual este país ha acogido a 3,6 millones de refugiados a cambio de 6.000 millones de euros. La inconsistencia ética de este acuerdo y la evidencia de que con ello no se resolvía el problema ha quedado ahora de manifiesto. Los Estados de la UE parchearon así el problema y se dieron tiempo para debatir sobre su falta de consenso para crear una política de asilo común.
Las fronteras europeas están cerradas. La UE afirma que adoptará «todas las medidas necesarias y en arreglo con el Derecho Internacional» para frenar los cruces ilegales de migrantes. El Consejo de la UE confía en el cumplimiento por Turquía del pacto migratorio y le tiende la mano para el diálogo, pero «rechaza firmemente» el chantaje de Erdogan. Éstas fueron las asépticas y decepcionantes conclusiones del Consejo extraordinario de Interior y Justicia celebrado la pasada semana en Bruselas: la UE ha ratificado el envío de efectivos a Grecia, así como una ayuda financiera de 350 millones. Como se esperaba, ha cerrado filas con Atenas en medio de su uso de la fuerza contra los migrantes y solicitantes de asilo.
La Unión se juega mucho en este nuevo reto en términos de credibilidad de acción y de sus valores. La actual Comisión Europea de Von der Leyen es una Comisión 'geopolítica' que tiene como una de sus principales prioridades hacer de la UE un actor fuerte en el terreno de juego global. Cabe recordar que una de sus vicepresidencias recibe el nombre de 'Promover los Valores Europeos'. ¿De qué valores hablamos?
Dignidad, respeto y protección de los Derechos Humanos, solidaridad, empatía hacia quien sufre persecución y miseria, generosidad son valores, junto al humanismo, que inspiraron el proyecto europeo. Hoy día cabe preguntarse dónde queda el proyecto de paz, de anclaje de la política en torno a los derechos fundamentales que representó nuestra Unión.
Como europeos no podemos mirar a otro lado. No podemos permanecer ajenos a este drama humano, no podemos asistir impasibles ante esta ausencia de principios éticos mínimos que representa 'cosificar' como mercancía a cada una de estas personas y familias que huyen buscando asilo y refugio. ¿Quién debe ejercer el liderazgo moral que permita volver a creer en una Europa inspirada en valores ahora hibernados o desvirtuados?
La solución no pasa por elevar muros y vallas metálicas cada vez más altas, muros infames del silencio que se alzan, aparentemente poderosos pero en realidad débiles e ingratos entre mundos y sociedades cada vez más distantes y alejadas de la necesaria convivencia en paz. Hablamos de tolerancia y de diálogo intercultural y, sin embargo, se levantan nuevas murallas que separan más de lo que supuestamente protegen.
¿Y cómo reacciona Europa? Estamos ante un proceso que ha dejado de ser un fenómeno coyuntural o pasajero y que demanda a los gobiernos, a las instituciones europeas y a nosotros mismos, a los ciudadanos, respuestas a la altura del desafío humanitario, social y económico que representa. En lugar de buscar una política común y coordinada, solidaria y centrada en la persona, Europa demora la respuesta y huye de todo umbral de decencia ética al dedicarse a reforzar Frontex, creada para «combatir». Un enfoque militar que parece suponer que enfrente tenemos un ejército externo invasor, un flujo de refugiados e inmigrantes que la «amenazan».
La UE no puede seguir posponiendo una política de refugio fiable y duradera que marcará la esencia del presente y futuro del bloque comunitario. Tristemente, una cosa es cierta: el discurso duro de las capitales más conservadoras ya ha calado y todas las acciones pasan por el control de fronteras.
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