Putas, brujas y locas
Mi genoma y yo ·
¿Por qué lo excepcional en la mujer sigue considerándose una anomalía bajo sospecha? No hay peor Inquisición que la del prejuicioSecciones
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Mi genoma y yo ·
¿Por qué lo excepcional en la mujer sigue considerándose una anomalía bajo sospecha? No hay peor Inquisición que la del prejuicioAl fin coincidía con mi amiga Mado Martínez en una Feria del Libro, el mismo día y a la misma hora. Lástima que no precisáramos el lugar. Yo di por hecho que sería en la que visito esta tarde, la de Madrid. El mismo día ... y a la misma hora –todavía estamos riéndonos– ella firmará en la de Cartagena de Indias. Dos libros nos acercan. El rugido de mi 'Aquí hay dragones' no puede encontrar mejor compañía que su 'Putas, brujas y locas'. Un recorrido por las anomalías de la condición femenina centrado en aquel tiempo donde a la mujer sólo se le consentían tres caminos, fuera de la santidad o la prostitución: Si nacía en el seno de una familia rica, el de un animal de lujo; si en el de una de clase media, el de un animal de compañía; si en una pobre, el de un animal de carga.
Mado ganó un Ateneo de Sevilla con su novela 'La santa'. Justo el arquetipo que le faltaba para completar la tesis de Guy Betchel en 'Las cuatro mujeres de Dios: la puta, la santa, la bruja y la loca'. Si Betchel opta por el análisis doctoral, Mado entra en materia con doce microhistorias de obligada lectura. Confieso que sólo conocía a tres: nuestra desmesurada Catalina de Erauso, aquella Inés Suárez –'Inés del alma mía' en la novela de Isabel Allende– clave en la conquista de Chile, y Malinali, la Malinche que enamoró a Cortés, la primera traductora de América. Tanto que españoles y mayas la llamaban 'La Lengua'.
Mujeres de armas tomar fueron igualmente Isabel Barreto, nombrada capitana general de la flota de Felipe II en los mares de Poniente. O Mencía de Calderón, al frente de una trepidante caravana de mujeres rumbo al Río de la Plata. O aquella Elena –o Eleno– de Céspedes, tal vez hermafrodita, la primera mujer que llegó a casarse con otra mujer.
¿Qué decir de la Beata Dolores, ciega desde los doce años y quemada a cuenta de los incontables confesores a los que llevó al borde del suicidio con sus artes amatorias, o de la Monstrua de Avilés, una giganta que haría palidecer al de Altzo, o de Lucrecia de León, la profetisa que predijo el desastre de la Invencible, sin dejar de ser «tan bella que hasta un muerto podría preñarla»?
La historia las ocultó, hoy regresan en el filo de la pluma de Mado con una voz que nos interpela a todos. ¿Por qué lo excepcional en la mujer sigue considerándose una anomalía bajo sospecha? No hay peor Inquisición que la del prejuicio. Quita, quita –trinó el canario–, ¡hoy estamos a salvo! Tardó en advertir que ya estaba dentro de la boca del gato.
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