¿Cómo ha podido ocurrir de nuevo?
JOSEAN FERNÁNDEZPRESIDENTE DE AERGI. MÁSTER EN PREVENCIÓN Y TRATAMIENTO DE CONDUCTAS ADICTIVAS. UNIVERSIDAD DE VALENCIA
Sábado, 4 de julio 2020, 09:30
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JOSEAN FERNÁNDEZPRESIDENTE DE AERGI. MÁSTER EN PREVENCIÓN Y TRATAMIENTO DE CONDUCTAS ADICTIVAS. UNIVERSIDAD DE VALENCIA
Sábado, 4 de julio 2020, 09:30
Seguramente, por estar en primera línea en el frente de las adicciones, me producen escalofríos conocidos las declaraciones de médicos y virólogos que siguen luchando ... contra el Covid-19 ante la invasión de personas en las calles, de cuyas cabezas parece haberse borrado, si es que alguna vez estuvo más allá de la solidaria emoción de los aplausos que siempre es motivadora pero poco más que testimonial, el mortífero peligro del coronavirus. Así, ha dejado dicho un prestigioso doctor: «Esto solo se explica desde el punto de vista de que a quien no le toca directamente no se hace cargo real de la tragedia».
Me hago eco y me solidarizo con su impotencia, tan parecida a quienes vivimos la tragedia de la adicción. Y no voy a meterme en una comparativa de números, sino en el barrido mental de la proximidad del peligro de algo tangible pero que no se ve hasta que te toca. Demasiada televisión, demasiados coros pregonando ante las calles vacías 'Parece sacado de una película de ciencia ficción', consiguen establecer en el intelecto colectivo que tal vez sea así, dando paso a las conjeturas, al autoengaño y a la autojustificación. En definitiva, a sacudirse la hebra corrosiva del miedo con la de la temeridad.
No, no se ve miedo en las caras que pasean por los bidegorris, no se ve ansiedad, parece más bien, en algunos casos, gesto de desquite indignado y de a mí, a nosotros, no nos pasará. Me recuerda la de quienes cuando me preguntan si quiero beber algo, se encuentran con la respuesta de que no, y siguen preguntado «¿y por qué no?». «Pues porque no bebo». «¿Nada?». «Nada». «Estás mal?». «No. Estoy muy bien». «¿Entonces por qué no bebes?». «Porque soy alcohólico». «¿Alcohólico? Hombre eso es un poco exagerado, ¿no?». Y ante tanta estupidez me doy la vuelta y me recrimino lo innecesario de estar con quien no debo en un contexto inadecuado para mí, dado que 'lo normal' en dicho entorno hubiera sido beber.
Pero no se entiende, nadie lo entiende. Nunca lo entenderán por mucho que se escriba, se estudie y se explique. Y no se hará porque ocurre lo mismo que con el coronavirus, la tele nos lo pone muy lejano mentalmente, aunque sean imágenes de nuestro pueblo; las personas que se ven en las imágenes solo «parecen» reales, como en las series, y no nos lo acabamos de creer hasta que la imagen no es la de alguien tan cercano que nos duela en lo más profundo. Pero a veces, ni así. Seguramente porque no hemos podido estar con ellos en el hospital, ni llevarles algo que les endulce la estancia y sientan nuestra solidaridad de visita. Ni siquiera podemos vivir un duelo real por nuestros muertos. Así que, ¿de qué están hablando estos médicos?
No nos gusta la realidad y nos negamos a verla. No hay casi nada más propio de la adicción que una frase como esa. Otra es, «yo soy diferente, a mí no me va a pasar». «Yo controlo». «El hecho de que me pare a hablar, sin mascarilla, con mi vecino no tiene nada de peligroso». «Mi vecino no es peligroso». «¿Cómo le voy a hacer el feo de no pararme a charlar y preguntarle después de tanto tiempo?». Miren, es muy sencillo utilizar cualquiera de estos tópicos en ambas situaciones y tal vez sirviera para entender que, en la una y en la otra, la negación es una armadura que no protege de nada; de hecho, una vez el virus dentro, tanto en un caso como en el otro, la armadura se convierte en prisión y muchos no consiguen la libertad nunca. Eso sí, se lo pueden seguir negando.
Me duele ver la impotencia de médicos y enfermeras ante tan incalificable atolondramiento. Sin llegar a recuperarse de una ya se ven metidos en otra y conste que están avisando. Pero no tienen nada que hacer. Si ocurre lo peor y se desata de nuevo la pandemia, pensaremos que no fueron suficientemente contundentes en sus declaraciones y dejaron hueco para la duda. Y, si ocurre lo contrario, puede que haya burla, chanza o escarnio, o como poco, ignorancia.
Tanto dolor, tanto riesgo en tanta gente que ha estado ahí desde el principio de repente se ve devaluado por esa gran minoría de «audaces» que no entienden o no quieren entender algo tan sencillo como esto: «Que no se vea o no se sienta no quiere decir que no esté». Tengámoslo en cuenta para no tener que preguntarnos, ojalá que no, ¿cómo ha podido ocurrir de nuevo?
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