JOSEMARI ALEMÁN AMUNDARAIN

¿Qué hacemos con la vergüenza?

Si pudiéramos modularlo un poquito para no sentirnos de menos, lograríamos tener relaciones sociales más humanas e igualitarias

Patxi Izagirre

Psicólogo clínico

Domingo, 2 de junio 2024, 02:00

La vergüenza es un sentimiento derivado de la inseguridad y la dependencia de la opinión externa. Nos hacemos pequeños al compararnos con otras personas que ... consideramos más seguras que nosotros. La falta de autoestima nos conduce a mirarnos con desprecio y nos ridiculizamos sin piedad. Es una sensación instantánea ante situaciones inesperadas. Todo empieza con un pensamiento de autodesvalorización y la creencia de que la persona que tenemos delante piensa lo mismo, el resultado es el sonrojo o el encogimiento del cuerpo.

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Nos damos cuenta de nuestra vergüenza y que los demás se percatan de ello. Esto hace que la incomodidad aumente y desearíamos que la tierra nos tragara. La mente ordena la huida y el cuerpo obedece escapando del contacto social. Esto es cuando el apuro ha llegado de forma inesperada, pero si la situación temida aún no se ha dado, haremos lo que sea para evitarla. La vergüenza nos condena al ostracismo social y la inseguridad de mostrarnos con naturalidad nos reduce a la versión más pobre de nuestra identidad. La timidez y la vergüenza se notan más por dentro que por fuera, aunque nos parece que no es así. Creemos que los demás lo perciben y que nos miran de arriba abajo, pero no es así: nosotros les miramos de abajo arriba.

Pongamos el caso de la vergüenza social en una baja por depresión. Encontrarnos en la tienda haciendo la compra y que nos pregunten por el trabajo, que a ver si estamos de vacaciones, nos pone en un aprieto. Si es puntual salimos del paso con cualquier pretexto. Cuando la baja es permanente o nos han dado la incapacidad, nos resulta más fácil que sea por las consecuencias de un accidente. Nos miramos con vergüenza por estar deprimidos y pensamos que no nos entenderán, o en algunos casos, no nos creerán. El resultado es salir poco, en lugares donde no nos conozcan y evitando ser vistos demasiado. Comenzamos una vida de refugiados clandestinos por miedo al qué dirán de nosotros y nos da vergüenza que nos vean en lugares frecuentados.

La falta de autoestima nos conduce a mirarnos con desprecio y nos ridiculizamos

Otro ejemplo es la muerte por suicidio de un hijo, esto nos lleva a menudo a sentir culpa y vergüenza. Las miradas sociales son temidas y se agolpan las preguntas sin respuesta. El sentimiento de fracaso lleva a la familia a sentirse muy vulnerables ante los comentarios en la calle y evitan el contacto social. La vergüenza impide que puedan honrar la muerte de su ser querido con dignidad y sin linchamiento moral. La sociedad necesita aprender a mirar con respeto este tipo de muertes y no enjuiciarlas añadiendo más dolor al que ya sufren de por sí la propia familia.

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La relación que tenemos con el aspecto de nuestro cuerpo puede ser también un ejemplo concreto de lo despiadados que podemos llegar a ser con nosotros mismos. Los complejos de inferioridad derivados de nuestra estética corporal nos puede llevar en ocasiones a la esclavización obsesiva de rutinas. Las comidas de dieta permanente y el ejercicio a nivel de olimpiadas, muestran un indicador de que nos avergonzamos de quienes somos de forma natural. Las miradas comparativas al salir del agua en la playa o entrar a la ducha en el gimnasio. La gordofobia y los tamaños corporales son sufridos en una cultura tiranizada por el culto al cuerpo.

No quiero olvidarme de la soledad. Nos da vergüenza que nos vean solos y que estamos colgados. El sentir que no pertenecemos a un grupo o que no tenemos familia hace que nos sintamos como unos apestados sociales. La pertenencia frustrada y no tener a nadie a quien llamar habitualmente, hace que nos sintamos como si saliéramos por primera vez a la calle en silla de ruedas. Nos sentimos observados y atrapados en una postura inferior. Soledad porque no hay nadie que nos visite en el hospital o ningún familiar con quien encontrarnos el fin de semana. Tener que disimular ante las preguntas de los demás y justificarlos porque están muy atareados. La vergüenza nos lleva a pensar que tenemos la culpa de lo que nos pasa.

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Me gusta pensar que sentir vergüenza es también una virtud, de lo contrario seríamos «sinvergüenzas». La timidez y la vergüenza son termómetros de nuestra humildad y nos pueden ayudar a ver a las otras personas sin sentirnos más que nadie. Si pudiéramos modularlo un poquito para no sentirnos de menos, lograríamos tener relaciones sociales más humanas e igualitarias. Nos veríamos ante los espejos de los demás con respeto y aprecio recíproco.

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