Neofeudalismo vasco
La globalización y el avance tecnológico elevan la desigualdad entre los ciudadanos que, como los gremios y cofradías del medievo, se organizan para defender sus reivindicaciones
Todos lo estudiamos. El Imperio Romano supuso el más extenso periodo de prosperidad y desarrollo cultural de la historia. Un bienestar que alcanzó incluso al ... medio rural de remotas provincias, tal y como demuestran los yacimientos arqueológicos. Los factores que propiciaron aquel esplendor fueron el cosmopolitismo cultural (que adoptaba y adaptaba lo mejor de todas partes), la movilidad social entre ciudadanos, su gigantesco mercado interior y el Derecho romano. El derrumbe y transformación del imperio en numerosos reinos godos, divididos en feudos y en estamentos, supuso un retroceso tremendo. Y ante la falta de libertad y de seguridad, la población del medioevo se autoorganizó en linajes, gremios, cofradías... que les defendieran de sus adversarios interiores y exteriores. Tan brutal fue la involución que al siguiente periodo histórico se le denominó Renacimiento.
El recuerdo de aquella esplendorosa sociedad abierta siguió vivo 1.500 años después. Significativamente, en 1958 los 'padres de Europa' eligieron Roma para firmar el tratado fundacional del Mercado Común; un Tratado de Roma para impulsar un espacio común que emulase al Imperio Romano, en cuanto a que aspiraba a ser una gran entidad de prosperidad, igualdad y libertad. A pesar de ser joven en términos históricos, la Unión Europea ya se ha debilitado por el 'Brexit' y los populismos xenófobos. El avance de la globalización y la tecnología está provocando una creciente desigualdad entre unos ciudadanos que, como los gremios y cofradías del medioevo, se organizan en grupos de interés para presionar en defensa de sus reivindicaciones. Es un contexto de incertidumbre y ausencia de mayorías sólidas, en el que el bien común se ha quedado huérfano de apoyo social; pues la manifestación callejera y las redes sociales están dominadas por colectivos organizados para exigir sus intereses. El resultado es una peligrosa involución social, en la que se salen con la suya los más agresivos: taxistas, bomberos, ferroviarios, controladores aéreos, estibadores... han sido capaces de paralizar un país.
Esta tendencia hacia la insolidaridad le ha cogido a la población vasca sin haberse recuperado de un terrorífico enfrentamiento social, provocado por décadas de intolerancia y violencia. Con cientos de presos en las cárceles y decenas de miles de exiliados a causa del terrorismo, las cicatrices siguen abiertas. Persisten el frentismo y los 'cordones sanitarios'. Todavía en ciertas poblaciones se mantiene la presión social hacia algunos individuos: miradas, gestos, comentarios, permisos municipales que se retrasan, multas, sobreprecios, negativas o retrasos para hacer un servicio, pasquines y pintadas contra propietarios de empresas en crisis... Un ambiente condicionado por el 'qué dirán'. La gente todavía mide mucho lo que dice, se calla opiniones, trata de evitar discusiones. Un entorno que frena a las personas de éxito, a quienes deberían liderar y tener más visibilidad; pero que por temor tratan de pasar desapercibidas.
Otro claro indicador de la fragmentación social en Euskadi es el fenómeno de los bares afiliados a partidos políticos. Un significativo 'hecho diferencial' vasco, porque no hay tantos ni tan diversos locales recreativos políticos en alguna otra región de Europa. Deberíamos preguntarnos por qué tantos vascos buscan 'lugares seguros', donde se les garantiza que están solo 'los suyos'; pasar el rato con los que piensan igual, con quienes refuerzan sus ideas, cohesionando al grupo frente a 'los otros'. Resulta sintomático que ese fenómeno de atomización sea mucho menos intenso en las capitales. Esto obedece a que cuanto más grande es el núcleo urbano, más fácil resulta eludir control social, vivir la vida al gusto de uno, con personas distintas y cambiando cada vez que se quiera. Por eso muchos inconformistas, 'raros', gente creativa, que no piensa como el resto, se van a las capitales. E incluso se van de Euskadi, territorio exportador de muchos de sus mejores artistas, profesionales, empresarios y servidores públicos.
Lo cierto es que no solemos ser conscientes de que todos somos animales históricos, productos genéticos y culturales de nuestros ancestros; no asumimos cuánto pesa el tribalismo en nuestro comportamiento cotidiano. Mantenemos costumbres familiares, rutinas y tradiciones colectivas: celebraciones más o menos historicistas que algunas entidades públicas fomentan para reforzar el sentir comunitario. A este respecto, no hay lugar de Europa donde haya la cantidad y variedad de celebraciones tradicionales que hay en Euskal Herria. Aceptadas por todos, una mayoría participamos, vistiendo igual y actuando de forma parecida; satisfechos de ser miembros anónimos de la masa indiferenciada. Porque tranquiliza pensar que se es uno más, que se está integrado. Pero la participación no se indiscriminada; se realiza dentro del círculo próximo, con 'nuestra gente': familia, amigos íntimos y cuadrilla.
La creciente sobrefragmentación social debilita también a la economía. Especialmente ahora, cuando los proyectos económicos, sociales o culturales requieren de amplias complicidades y sustanciales recursos; imposibles de realizar solo con gente próxima y fondos propios. Por ello, el respeto a todas las opciones individuales resulta una imprescindible prioridad cívica; especialmente en esos pueblos en que persisten sociedades neofeudales. Y la clave del respeto cívico, lo que más hay que trabajar desde la escuela, es la concienciación de que no existe una forma de vida 'superior', nada que pueda legitimar a alguien a presionar a otros en su nombre. Cualquiera que respete la ley puede vivir como quiera, sin ser objeto de penalización social. Una sociedad abierta, tolerante con todos, es la base no solo de la convivencia. También lo es del bienestar colectivo.
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