La otra Navidad
La Navidad son recuerdos de familia y reuniones tras la distancia. El escenario se viste de afecto, alegría y buenos propósitos. Es por tanto, una ... ocasión para limar asperezas y compartir esperanza. Pero me pregunto si es necesario hacerlo por imposición social. He llegado a escuchar en personas que transitan por el infierno de la soledad la expresión, tiranía de la felicidad impuesta por decreto. No todo el mundo está feliz en Navidad. Para algunas personas, son fechas difíciles por el sufrimiento que padecen y quieren que las fiestas pasen cuanto antes. Les duele el contraste que supone ver la alegría externa desde el dolor interno.
«No pongas esa cara que es Navidad» es una frase que intenta animar al que sufre, aunque deja en mal lugar a quién lo dice. La felicidad perpetua en Navidad no hace sino esconder bajo una tela bonita el rostro sangrante de las heridas. Nos cuesta respetar y entender la no alegría cuando estamos alegres. Es como si fuese un tachón a borrar. Nace de nuestra dificultad para comprender al diferente, alineándonos en la noche en la que nadie puede cenar en soledad. Nos olvidamos que muchos prefieren acostarse pronto y dejar pasar la noche temida. Nos cuesta hacer sitio al sufrimiento y revictivizamos a la víctima poniéndole el deber de no aguarnos la fiesta. El dolor y la falta de alegría es un sentimiento tan humano como el contrario.
En estas fechas no se puede hacer una tregua de sentimientos y hacer como que no pasara nada. El dolor no se va de vacaciones en Navidad. Son fechas en las que hacemos despliegue de nuestras mejores intenciones y mandamos infinidad de imágenes deseando felicidad y alegría. ¿Nos hemos parado a pensar alguna vez en cómo se sentirá la persona que sufre al recibir estos mensajes? Muchos prefieren la comunicación que han tenido el resto del año. Quien se siente bien se acuerda de quién se siente mal para hacer una buena obra. Y es el que se siente mal el que hace una buena obra con el que se siente bien. Lo hace por respeto y no fastidiarle en su felicidad al otro. Pone empatía y educación porque sabe que son fechas en las que toca adaptarse. Como hace el vecino que soporta la música hasta altas horas de la noche porque son dos días al año.
La Navidad representa el recuerdo de la esperanza y, no tanto, la idealización de la felicidad. Estamos demasiado acostumbrados a la perfección de los sueños. No todo se puede curar en la vida, la enfermedad y la muerte existen también. La tecnología mejora nuestras vidas y el desarrollo de las investigaciones nos reporta una mejor calidad de vida. Pero, si olvidamos el factor humano y no nos preparamos para aceptar el error, la miseria humana y la pérdida irreversible, estamos desprotegidos y a la intemperie bajo la incertidumbre del vacío. Nos cuesta tolerar la frustración de lo imperfecto y saber acompañarnos en la calidez humana de la soledad.
El autenticismo en las fechas que estamos, es sinónimo de comunicación honesta y escucha sin juicios ante la realidad que estamos viviendo. Por ello, muchos esperan poder sentirse acompañados en el dolor y no forzados. De esta manera al verse tranquilos, quizás surja un encuentro mágico y sin incomodidad. La esperanza tiene muchos matices y representa el mantener un resquicio de confianza en aquello que anhelamos. Se trata de esperar a nuestro ritmo y con las auténticas dudas y bajones. No arrojar la toalla y mantener la expectativa de que llegará la tranquilidad esperada. Es el ejercicio de alumbrar la infancia recuperada en esa tarea de volver al hogar en nuestro constante viaje errante a Itaca. Quiero dedicar mi escrito a las personas que temen la Navidad. Quiero darles las gracias por saber respetar la alegría externa aunque no la sientan en sus carnes. También por entender la ilusión y el entusiasmo de los demás. Asimismo, les tiendo la mano para que en estos días recobren la esperanza y puedan encontrar la tranquilidad añorada.
Para todas esas personas que viven una Navidad diferente y sin mucho ruido, porque también tienen sitio al pasear a nuestro lado.
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