
Las tripas
Mila Beldarrain
Domingo, 16 de febrero 2025, 01:00
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Mila Beldarrain
Domingo, 16 de febrero 2025, 01:00
Decía Antonio Machado: «¿Tu verdad? No, la Verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela». Pensaba yo en esos versos estos días en los ... que se manipula la verdad sin el menor pudor y sin el menor cargo de conciencia por el daño que se pueda hacer.
Ahora todo vale, los nuevos maquiavelos de pacotilla, que nos rodean, nos regalan espectáculos esperpénticos, que ni siquiera Valle-Inclán habría sido capaz de imaginar. Semejantes 'performances' darían risa floja si no fuera porque jugar con la crispación puede tener consecuencias graves.
Hoy se ha convertido en deporte hurgar con un palo pringado de 'sangre, sudor y lágrimas' en las tripas de la gente, recordando verdades dolorosas con el único fin de poner las tripas en pie de guerra para obtener algún beneficio. Nuestras tripas, esas que suenan de vez en cuando con selváticos sones, dicen, y debe de ser verdad, que tienen su propio cerebro.
El cerebro de las tripas es un poco especial, siente, pero no puede pararse a pensar, por eso es un instrumento magnífico para cualquiera que pretenda dominar a los demás. El cerebro de las tripas, además, no olvida nunca, guarda cuidadosamente los malos recuerdos en los recovecos más recónditos de los intestinos a la espera de poder vengarse.
Es muy fácil templar las cuerdas intestinales con sones amargos. Luego, no hay más que dejar actuar al odio, que, como las tripas, solo siente, pero no piensa. Por eso es muy importante no llamar nunca a las puertas de las tripas, aprender a pasar página sin olvidar los errores que hemos cometido y trabajar juntos para que nosotros y el mundo seamos mejores.
Hoy voy a recordar un triste aniversario que no muchos conocen pero que, si estuviésemos mirando siempre hacia atrás con ira, nos podría llevar a una nueva guerra mundial. Entre el 13 y el 14 de febrero de 1945, el día 13 era martes de carnaval y la gente abarrotaba las calles, un millar de aviones de las fuerzas aéreas estadounidense y británicas bombardearon Dresde, la 'Florencia del Elba'. Las bombas 'blockbuster', 'destructoras de calles', así les llamaban los alemanes, pesaban dos toneladas cada una y tenían capacidad suficiente para destruir de una atacada grandes edificios o una manzana entera de casas. Esos explosivos arrasaron Dresde y fueron seguidas de bombas incendiarias que crearon «una tormenta de fuego». Miles y miles de alemanes murieron. El primer ataque fue a las 21:51, la segunda oleada a la 1:23 de la madrugada.
Al día siguiente, llegaron aviones norteamericanos para ametrallar a los alemanes que aún seguían vivos. Los habitantes de Dresde murieron calcinados a causa del 'shock' térmico o asfixiados en los refugios por los gases de combustión y la falta de oxígeno. La intensidad del calor era tan grande que los cadáveres se derretían en las aceras. Hubo bombardeos similares en otras ciudades de Alemania, hasta culminar la proeza con la bomba atómica. Esos crímenes nunca tuvieron su Núremberg. Sin embargo, no creo que sea cosa de que ahora nos enredemos en juicios y venganzas por lo que pasó.
A lo largo de la historia, la Humanidad ha cometido hechos atroces. Pienso yo que nuestros antecesores cavernícolas solventaban sus problemas de manera más bien cruel y animalesca, a vivir en paz también se aprende, y no faltaban celebraciones con mucho 'ñam, ñam' del enemigo.
Imaginen ustedes que alguien les cuenta ahora a nuestras tripas que el vecino del cuarto es descendiente de uno de los que se papeó a alguno de nuestros antepasados en aquellos lejanos tiempos. Pues les aseguro que, a pesar de los miles de años transcurridos, le empezaríamos a mirar mal. Luego, estaríamos atentos para poder robarle el ascensor cuando más lo necesitase y, al final, hasta sería posible que la cosa llegara a más.
Por eso, no debemos olvidar las razones que nos han ayudado a alcanzar una convivencia civilizada. El futuro de nuestros hijos debe tener el color de la paz aunque nos duelan muchas cosas, más allá del partido político en el que creímos o por el que murieron los nuestros. Solo nos salvaremos todos juntos.
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