Según un trabajo publicado en mayo del año pasado por profesor Alejandro Macarrón Larrumbe, de la Universidad CEU-San Pablo ('Evolución demográfica del País Vasco ... desde la Transición: un deterioro espeluznante'), somos la comunidad que más envejeció de todo el Estado desde 1975 hasta 2022. Nuestra edad media creció 15,4 años, frente a 11,9 de la media española y 8,4 de Baleares, que es la comunidad en la que menos se elevó. En su estudio, el profesor explica el fuerte envejecimiento por la caída de la natalidad, pero sobre todo por el «éxodo vasco» (los transterrados), provocado por las décadas de terrorismo que sufrimos.
En el período estudiado, España tuvo un incremento de población nativa del 12%, y del 32% incluyendo a los inmigrantes. En el caso vasco, sufrimos una pérdida del 2,5%, que con la inmigración se matiza y crecemos el 7,8%. Hay que resaltar el dato de Bizkaia, que pierde el 8,3% de población autóctona y justamente mantiene sus habitantes con la inmigración (+0,7%). El autor del análisis concluye que, considerando el saldo acumulado de nacimientos y fallecimientos en el periodo, Euskadi sufrió una salida de 180.000 personas.
Este trabajo es coherente con el que publicó la Fundación BBVA en 2007 ('Evolución de la población española en el siglo XX'), y en el que se indicaba que desde 1980 al año 2000 habían salido del País Vasco más de 150.000 personas.
El otro factor que incide fuertemente en nuestra mala demografía es el de la natalidad
Además, hay que considerar que, en todo ese periodo de tiempo, los niveles de inversión en la economía vasca se desplomaron, y fueron muy pocos los nuevos proyectos empresariales generadores de empleo, por lo que, añadido a la falta de seguridad existente en aquel momento, y a diferencia de las décadas precedentes, prácticamente no resultamos atractivos para la inmigración.
En 2022 se aprobó la Estrategia Vasca 2030 para el «reto demográfico», que contemplaba 36 iniciativas en distintos ámbitos. El nuevo Gobierno, el pasado año, reforzó alguna de esas acciones. El tiempo transcurrido es corto, pero no parece que están teniendo demasiado impacto, quizás solo estén frenando deterioros adicionales, y posiblemente necesitamos más foco y nuevas acciones.
En ese sentido, un primer trabajo a realizar podría ser tratar de atraer, al menos en parte, a todos aquellos que abandonaron Euskadi de forma forzada. He recordado en algún artículo anterior el 'Proyecto Retorno', anunciado por el Gobierno vasco hace unos años. Fue una inversión pública que no deberíamos perder, sino ponerla en valor, actualizarla y ejecutarla. También en el campo económico, contamos con herramientas singulares de autogobierno y tenemos razones fundadas, dada nuestra situación, para utilizarlas de forma proactiva, como han hecho en el pasado reciente Portugal o Irlanda, para atraer inversión y proyectos competitivos en el mundo global en el que nos movemos. En este ámbito, podríamos pensar en la diáspora vasca de otras geografías más lejanas, como empresarios, directivos, profesionales y jóvenes universitarios de origen vasco que desarrollan su actividad en el continente americano, en especial los países de mayor dimensión.
El otro factor que incide fuertemente en nuestra mala demografía, apuntado por el estudio citado al comienzo, es el de la natalidad. La evolución de los índices en las últimas décadas ha sido de intensa caída, llegando en 2023 a una ratio de 1,15 hijos por mujer, frente a los 1,46 de Europa (2022) y muy lejos de dato mundial de 2,4 (2020). Paralelamente, se han disparado los datos del número de abortos. En 2000, estos suponían el 7% de los nacimientos, pero el pasado año llegaron al 31%. En un artículo publicado en este mismo medio hace unos meses, junto con el antropólogo Jesús Prieto Mendaza ('Natalidad, aborto, discursos y políticas de futuro', 3-3-2023) abogábamos por «valorar la maternidad, establecer políticas de ayuda a madres gestantes, favorecer la compatibilización de crianza y vida laboral o conseguir que muchas parejas que desean tener hijos puedan acceder a la adopción» como «aportaciones que nacen desde un sustrato fundamentalmente humano y antropológico».
En el último Foro de expectativas empresariales, el lehendakari apuntaba «cuatro grandes palancas» para impulsar un mejor futuro para Euskadi: inversión en ciencia y conocimiento, financiación, fiscalidad y diálogo. Sin duda, el éxito de esas propuestas puede generar resultados positivos en nuestra demografía, pero quizás necesitamos un foco más singular en acciones concretas, que consigan revertir nuestra tendencia actual. ¿Por qué no un gran acuerdo de país, que aborde la cuestión de forma más decidida?
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