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Con tono testamentario, Joe Biden se ha despedido de la presidencia de los Estados Unidos advirtiendo contra los riesgos que planean sobre «el alma de ... América». En su última alocución, el hasta hoy locatario de la Casa Blanca se declaró preocupado por el poder creciente y cada vez más descontrolado de «una oligarquía con riqueza extrema, poder e influencia, que literalmente amenaza a nuestra democracia, nuestros derechos y libertades básicas». A buen entendedor, pocas palabras.
Al que sí citó explícitamente Biden fue a su viejo antecesor Dwight D. Eisenhower, quien al abandonar el cargo en 1961 también alertó a la ciudadanía contra lo que denominó «el complejo militar-industrial», concepto con el que desde aquella fecha se designa al triunvirato constituido por la industria armamentística, el Ejército y la Administración de defensa. Eisenhower, que como presidente y como general de cinco estrellas sabía no poco de la cuestión, vino a señalar que EE UU podría verse atrapada en una espiral bélica por impulso de los intereses en torno al suculento negocio de las armas. Y es que, así que las grandes ambiciones se desatan en busca de un poder omnímodo, los tambores de guerra empiezan a batirse. Puede que nos adentremos en un momento así.
Occidente se enfrenta al desafío de unas minorías ultrarricas que, a caballo sobre la ola libertaria, apuntan al desmantelamiento de los sistemas públicos para repartirse sus despojos. Les asisten los gigantes tecnológicos, poseedores de un control cada vez mayor sobre lo que el sociólogo Oriol Bartomeus denomina, parafraseando a Eisenhower, «el complejo electoral industrial»: toda una maquinaria de desinformación e intoxicación al servicio de partidos y candidatos antisociales. Y con incuestionable eficacia, tal como estamos viendo en sucesivas elecciones: obran el prodigio de que las incautas gallinas votemos por vivir en un corral 'libre' donde los zorros gocen del derecho a entrar 'libremente'.
Abraham Lincoln no tuvo ocasión de despedirse de sus conciudadanos porque le asesinaron siendo aún presidente. Pero en sus últimos días dejó una profecía aún más sombría que las de Eisenhower y Biden: «Se han entronizado las corporaciones; a ello seguirá una era de corrupción en alto grado, y el poder capitalista del país se esforzará por prolongar su reinado apoyándose en los prejuicios del pueblo, hasta que la riqueza esté acumulada en algunas manos y la República sea destruida».
Pasados 160 años, sus palabras siguen dando que pensar...
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