
Antonio Amundarain y la pureza
Josemari Alemán Amundarain
Jueves, 30 de enero 2025, 01:00
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Josemari Alemán Amundarain
Jueves, 30 de enero 2025, 01:00
En sentido bíblico, la pureza equivale a estar libre de pecado y perfumado por las siete virtudes cardinales: humildad, caridad, castidad, gratitud, templanza, paciencia y ... diligencia. Y si, además, le pones unas gotas de discreción y respeto, pues sale eso a lo quisiera aspirar un católico convencido, como Antonio Amundarain, nacido en un entorno rural, como Elduain (Gipuzkoa) el 26 de abril de 1885, con memoria reciente de las Guerras Carlistas en las que, en su tierra vasca, se defendía la monarquía tradicional, los fueros y los derechos de la Iglesia. Y con memoria, también reciente, de personajes como su paisano cura Santa Cruz, o los vecinos Tomás de Zumalacárregui, Gaspar de Jáuregui, o el bardo Iparraguirre. Cada uno a su bola, claro. Era el más joven de cuatro hermanos, de una familia humilde que, por causa de su salud porosa, y su escasa corpulencia, se libró de las duras tareas del campo. Orientó su hiperactividad y sensibilidad al sacerdocio. Estudió en el Seminario de Vitoria, celebró su primera misa en Arantzazu, a donde volverá muy a menudo, a resetear sus energías. Se estrenó como prelado, en 1910, en Baroja y Zumento, en Álava.
En 1911, con 26 años es destinado a Zumarraga, como capellán del Asilo de las Mercedarias, que convierte en Noviciado y alterna, como coadjutor, en la parroquia donde, además de su labor pastoral, gestiona un grupo de teatro que representa una docena de sus obras, que son verdaderos autos sacramentales. En 1920 llega a la Basílica de Santa María en San Sebastián, ciudad que le sorprende por su alegre vida festiva y liberal, sus concurridas playas, su casino juguetón y su turismo real. Un ambiente, para él, desconocido hasta entonces y que ofende su religiosidad pura, ferviente y entregada. Aquello era Babilonia, decía. Era un cura carlista integrista, como le describe alguno de sus biógrafos. Lo de los derechos de la Iglesia, la vida ordenada y brillante de pureza, eran su esquema vital. Lo defendía en el púlpito y en el confesionario, y ante su grupo de catequistas a las que contagió sus inquietudes y, con ellas, creó hace cien años, en el camarín de la Virgen del Coro, los cimientos de lo que sería la Alianza en Jesús por María. Era el 2 de febrero de 1925 y, 25 años después, entraría en el club de los Institutos Seculares. Una novedad, porque hasta 1947 en que Pío XII publica la encíclica Provida Mater Ecclesia, no existían consagraciones seglares. En ese momento el Instituto contaba con 3.500 aliadas, distribuidas en 12 países de Europa y América, y cien sacerdotes aliados.
En 1927 está en la parroquia de San Ignacio de Gros y, dos años más tarde, de nuevo en Zumarraga a reponer su salud en casa de su hermano mayor. Y como ecónomo en la parroquia. Crea la Novena a la Virgen de Antigua, con procesión por el pueblo entregado y engalanado. En abril de 1931 se proclama la II República. En algunos lugares, se producen ejecuciones masivas de religiosos, quemas, saqueos y profanaciones de conventos. A finales de junio, su lechera le cuenta que la Virgen se ha aparecido en Ezkio a dos chavales. Él es el párroco y, cuatro días más tarde terminada la Novena, los visita. Las apariciones se suceden a diario al atardecer y él asiste, al principio, emocionado de lo que allí ve. Pero la prensa lo amarillea todo y la gente acude en manada al espectáculo. Ese verano pasan por Ezkio como 40.000 personas diarias. Aparecen más de 100 videntes, con todo tipo de tertulias estrambóticas con la Virgen, ángeles con espadas sangrientas, estigmas, predicciones... todo un circo. Antonio Amundarain piensa ingenuamente, dicen, que en las primeras apariciones había algo de sobrenatural y pide respeto a los asistentes. Y la República jugando a un impositivo ajedrez con la Iglesia, hasta que la saca del tablero. El obispo Mateo Múgica y el cardenal Segura desterrados. Este suceso se ha manipulado demasiado y hoy te encuentras en internet iracundos documentos que causan tristeza.
El 16 de diciembre de 1932 se va a Arantzazu con su salud maltrecha en la mochila. Su obispo le dice que vuelva a San Sebastián a gestionar su Alianza, y que se ocupe de la capellanía de las carmelitas de Santa Teresa. Y se viene con su hermano José Marí y familia a la casa adosada al convento, hasta que su sobrino Claudio le sustituye, y él, en diciembre de 1946 con 61 años, se va a Madrid en serio, con su Instituto Secular. Viaja a Roma en tres ocasiones, para inscribir las constituciones, que finalmente son aceptadas. Fallece el 19 de abril de 1954, a punto de cumplir los 69 años. El 25 de junio de 1996, Juan Pablo II declaró en Roma sus virtudes heroicas y ya era Venerable. Pero la comisión que gestiona su proceso de beatificación piensa que los hechos de Ezkio, enturbian la causa.
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