Bienestar: cañones o mantequilla
Nadie es capaz de liderar un proceso que ponga los puntos sobre las íes porque hay que elegir a qué se renuncia. Y esto provoca tensiones y decisiones poco populares
José Luis Larrea
Economista y Doctor en Competitividad empresarial y territorial, Innovación y Sostenibilidad
Domingo, 12 de octubre 2025, 02:00
El debate pendiente acerca del bienestar sugiere cuatro dimensiones que deberíamos tener en cuenta. Se trata de la dimensión personal –que trata de las características ... de las personas, pues no todas somos iguales–, la dimensión contextual –que sitúa el debate en un contexto social determinado, en el espacio y en el tiempo–, la dimensión relacional –que incorpora la visión del bienestar como expresión colectiva y fruto del trabajo colectivo– y la dimensión de las necesidades humanas que hay que satisfacer para alcanzar el bienestar.
En relación con esta última dimensión, la de las necesidades de las personas, es inevitable recordar a Maslow y su célebre pirámide. Según Maslow, hay cinco niveles de necesidades humanas, de manera que las necesidades de cada nivel deben satisfacerse antes de avanzar al siguiente. Por esta razón las necesidades fisiológicas, como el aire, el agua, la comida, el calor, el sexo y el sueño, están en la base de la pirámide. Como decía Ghandi, «a un pobre no le hables nada más que de pan». Estas necesidades están seguidas de cerca por las necesidades de seguridad, como la protección, la ley, el orden, la estabilidad y la ausencia de riesgos personales. En el nivel intermedio están el amor y la pertenencia al grupo: familia, relaciones, afecto y trabajo; y por encima de esto está el reconocimiento social: logro, estatus, responsabilidad y reputación. En la cima están las necesidades de autorrealización, que tienen que ver con el crecimiento personal y el sentimiento de sentirse realizado.
Desde una perspectiva más actual, es interesante la definición de progreso social, que utiliza el Índice de Progreso Social (IPS), como «la capacidad de una sociedad para satisfacer las necesidades humanas básicas de sus ciudadanos, estableciendo los elementos que permiten a los ciudadanos y a las comunidades mejorar y sostener la calidad de sus vidas, y crear las condiciones para que todos los individuos puedan desarrollar su potencial plenamente». Así, el progreso social tiene que ver con la satisfacción de las necesidades básicas de comida, agua limpia, protección, y seguridad. Tiene que ver con una vida saludable, larga vida, y protección del medio ambiente. También con la educación, la libertad, y la oportunidad.
Así que el debate del bienestar es un debate sobre necesidades y sobre la asignación de recursos para satisfacer esas necesidades. Y aquí aparece el problema de elegir entre cañones y mantequilla, porque, lamentablemente, los recursos son escasos y no hay para todo.
A mediados del siglo pasado, el economista y Premio Nobel Paul Samuelson planteó un modelo que utilizaba el dilema de «cañones o mantequilla» para hablar del problema de la asignación de recursos escasos en una economía. A más cañones –recursos para armas que garanticen la seguridad– menos mantequilla –recursos para la producción de otros bienes para satisfacer necesidades de otra naturaleza–. El modelo expresa un juego de renuncias.
Probablemente, los últimos años de progreso en el mundo más desarrollado – porque en otros mundos esto no es tan claro– habían generado una especie de burbuja en la que creíamos que todo es posible, que está al alcance de nuestra mano y tenemos derecho a conseguirlo sin renunciar a nada. Pero esto no es factible. Todavía más, los últimos acontecimientos bélicos han puesto de manifiesto que necesitamos asignar más recursos a garantizar la seguridad.
Hace años que el actual modelo de bienestar está en entredicho, pero nadie es capaz de liderar un proceso que ponga los puntos sobre las íes, porque se trata de un proceso de renuncias, en el que hay que elegir a qué se renuncia. Y esto es algo que va a provocar tensiones y decisiones poco populares.
Por otra parte, la gestión del tiempo no es una de las cosas que mejor manejamos. El presente se impone, el corto plazo lo domina todo y el pensamiento a largo plazo –aquello que queremos construir cuando el futuro se haga presente– sucumbe ante la inmediatez. El problema es que esa lucha entre el corto y el largo plazo se produce siempre en el presente. Además, la inercia juega un papel capital. Para qué cambiar si el cambio implica renuncias. Mejor seguimos con más de lo mismo. Pero no deberíamos olvidar que, para vivir un buen momento en la actualidad, hubo un presente en el pasado en el que se pensó en el futuro. Esta capacidad de imaginar es algo que nos diferencia como especie y que nos permite progresar.
De ahí que resulta necesario y urgente definir entre todos qué entendemos por bienestar como colectivo social que, en este momento de la historia y en este lugar del planeta, con nuestros marcos, paradigmas, valores y miradas, se enfrenta al reto de progresar en la construcción de un futuro común imaginado ilusionante en el que todos tengan cabida. Y para eso, me temo, necesitaremos sacrificar parte del presente.
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