Deberes en el hogar para el curso escolar
José Eizmendi Pérez
Director general Aldapeta Maria Ikastetxea
Jueves, 9 de octubre 2025, 02:00
Con el nuevo curso se refuerza la inquietud por la educación de nuestros hijos. Es sabido que los resultados de los últimos informes no son ... benévolos con Euskadi. Algunos expertos señalan a las pantallas y a la desatención que producen. Pero quizá esa omnipresencia digital sea efecto de algo más hondo: un modelo educativo doméstico que conviene replantear porque puede ser la raíz de parte del problema. Sé que es más difícil mirarnos a nosotros mismos que culpar a las pantallas; si no lo hacemos, desviaremos la mirada del foco crucial. Educar no es blindar la vida, sino prepararnos para afrontarla: para su incerteza, su complejidad. Benedicto XVI habló de 'emergencia educativa': dificultad real de transmitir lo esencial, sostener procesos con paciencia y acompañar la libertad. No es moralismo ni nostalgia, sino un diagnóstico práctico: hemos debilitado hábitos que hacen posible aprender. Y, como recordaba Nuccio Ordine, hemos dejado de creer en la «utilidad de lo inútil»: lectura, arte y aquello que, pareciendo improductivo, ensancha la mente y la sensibilidad.
Sobre ese trasfondo, desde una mirada individualista, en casa ofrecemos un paquete de enfoques que tranquiliza a corto pero empobrece el aprendizaje a medio y largo, algunos de ellos. El primero sería el consumo. La abundancia sin espera transmite un guion tácito: «Lo que quiero, lo tengo; si cuesta, se evita». En una sociedad donde el ser es tener, aprender pierde atractivo cuando casi todo llega a golpe de clic.
El segundo sería sobre lo vital. Planificarles cada peldaño ahorra sustos, pero atrofia la decisión. La libertad del alumno ha de encontrarse con la del adulto en un diálogo exigente: ofrecer criterios, límites y confianza para que el error educado no sea fracaso, sino escuela de juicio. Sin esa exigencia crecerán el miedo a fallar y la parálisis ante los retos. El tercero afronta lo emocional. Confundir bienestar con ausencia de malestar lleva a neutralizar cualquier frustración. Resultado: poca regulación para sostener el aburrimiento fértil, recomenzar tras el fallo o manejar la ansiedad de un examen. Hace falta una disciplina amiga de la libertad: nombrar emociones sin absolutizarlas, aceptar pequeñas contrariedades y atravesar el fracaso. La paz interior se aprende atravesando contrariedades, no evitándolas.
También estaría lo ideológico. Si los adultos nos proclamamos dioses de derechos y convertimos el discurso público en vilipendio sin argumento, amputamos el pensamiento crítico que exigimos a la escuela. Pensar es comparar fuentes, conceder razones al otro y cambiar de idea ante mejores pruebas. El pacto educativo que propuso el papa Francisco no pide uniformidad, sino encuentro: pasar del eslogan a la conversación y de la consigna a la razón cordial.
También preocupa lo cultural. Afirmar que la cultura es prescindible deja a la escuela sin campo que sembrar. La neurociencia es clara: no hay aprendizaje sin conocimientos previos que actúen de andamiaje. Mejor que sobre estimular con extraescolares es usar un lenguaje adulto y rico, fomentar la lectura diaria y ofrecer referentes artísticos y espirituales. Como decía Pierre Lecomte du Noüy, solo el ser humano realiza «actos inútiles»: arte, contemplación... Esa 'inutilidad' da espesor a la vida y nutre la inteligencia.
¿Qué podemos hacer en casa desde ya? Reconocer al otro; explorar nuestras carencias; admitir duda e inseguridad; vivir una ética de la relación; educar con frustraciones proporcionadas y con aburrimiento fértil para fortalecer la motivación interna; ayudar a crecer desde el fracaso y mirar el futuro con valentía; sentir y sostener; nombrar emociones y mantener límites; discutir con razones, no solo con emociones; ayudar a elaborar discursos coherentes y un lenguaje apropiado; leer prensa diversa con nuestras hijas; preguntar más que sentenciar; modelar el desacuerdo respetuoso; cultivar lo 'inútil' de la vida: lectura diaria, conversación sin pantallas. Dar una vuelta de tuerca a nuestra casa para que el aprendizaje del niño crezca en un marco estable.
Los colegios tenemos deberes propios: mejorar metodologías, evaluar con justicia, personalizar sin bajar el listón y acompañar emocionalmente. Pero no basta. Cuando hogar y escuela se reconocen aliados, aparece lo mejor: atención serena y criterio. La incertidumbre no desaparecerá. Pero nuestras hijas e hijos llegarán mejor entrenados para la vida: capaces de pensar y de equivocarse sin romperse.
Ese es el resultado educativo que sí podemos traer de casa: no promesas de éxito inmediato, sino una humanidad ensanchada por conocimiento, belleza, encuentro y esperanza.
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