Mediocridad y liderazgo
Si queremos avanzar como sociedad, necesitamos líderes que comprendan la magnitud de sus responsabilidades y que asuman el impacto de su labor
Jorge Arévalo Turrillas
Domingo, 22 de junio 2025, 02:00
Vivimos tiempos en los que la mediocridad ha dejado de ser una amenaza latente para convertirse en un mal que afecta a muchos ámbitos de ... nuestra sociedad. Pero, ¿qué es realmente la mediocridad? Es la falta de preparación y la ausencia de liderazgo por falta del conocimiento necesario. Es el conformismo disfrazado de eficiencia y la negligencia disfrazada de pragmatismo. Lo más preocupante es que este fenómeno parece haber encontrado el camino para infiltrarse en los puestos de trabajo de mayor responsabilidad. Cada vez vemos más dirigentes que apenas alcanzan el nivel de mediocres, cuando no directamente de incompetentes, como hemos podido comprobar en acontecimientos lamentables ocurridos hace poco tiempo, o en debates estériles que no llevan a ninguna parte. Vemos continuamente problemas que se enquistan, soluciones superficiales que no atacan la raíz de los problemas, discursos vacíos llenos de promesas incumplidas y decisiones tomadas sin el mínimo rigor ni preparación, en un patrón que se repite en distintos sectores.
La mediocridad no sólo frena el progreso, sino que alimenta el desgaste de las personas que realmente tienen algo que aportar. En lugar de rodearse de los mejores, los mediocres buscan a quienes no les hagan sombra, bloquean proyectos por desconocimiento o ineptitud y llenan su discurso de declaraciones que nunca llegan a materializarse. En este contexto, resulta crucial que como sociedad seamos más exigentes con quienes ocupan puestos de responsabilidad. No podemos permitir que la mediocridad se justifique ni que el conformismo se convierta en norma. Si observamos con atención, el problema de fondo es la falta de un liderazgo real. Un líder no es aquel que simplemente ocupa un puesto de mando, sino quien aporta visión, capacidad de gestión y solvencia para resolver los retos de su área de responsabilidad. Sin embargo, nos hemos acostumbrado a que haya personas con una gran responsabilidad que prefieren esquivar los problemas en lugar de afrontarlos, desviando la atención con estrategias de confrontación que justifican su incompetencia culpando a los demás.
En tiempos de crisis y transformación, un líder eficiente, fundamenta su liderazgo en la capacidad que tiene para inspirar confianza. La confianza en un dirigente es lo que permite que su equipo, su empresa o su país siga adelante con convicción, sobre todo en situaciones difíciles. La confianza no se impone, sino que se construye con hechos. No basta con declaraciones altisonantes ni con discursos optimistas vacíos de contenido. Un verdadero líder demuestra su preparación mediante su conocimiento, su capacidad de gestión y su disposición para asumir responsabilidades, especialmente cuando las circunstancias exigen decisiones difíciles. Quienes transmiten confianza no rehúyen la complejidad de los problemas ni buscan culpables externos. Son aquellos que se enfrentan a los desafíos con transparencia, compromiso y visión de estratégica. Sin confianza en quienes toman decisiones, los equipos de trabajo operan con incertidumbre, las empresas ven disminuir su competitividad y la política se convierte en un escenario de ineficiencia, desgaste y desconfianza. La falta de un liderazgo fuerte y confiable genera desmotivación, reduce la cooperación y aumenta la ineficiencia en todos los niveles. La ausencia de líderes sólidos se traduce en estructuras débiles, donde las personas que trabajan no sienten el respaldo necesario para innovar ni para asumir riesgos. La seguridad de que existe una dirección convincente es fundamental para el desarrollo de proyectos exitosos y sostenibles en el tiempo.
Hacen falta dirigentes que no solo tengan voluntad, sino también experiencia y visión de futuro
Para conseguirlo, no basta con ocupar un cargo de responsabilidad. Para liderar con eficacia, es imprescindible estar preparado. La confianza en un líder surge de su nivel de competencia y de su compromiso con los objetivos colectivos. Una sociedad que busca progresar debe exigir dirigentes que no solo tengan voluntad, sino también formación, experiencia y visión de futuro. El liderazgo no es una cuestión de carisma vacío, sino de capacidad demostrada para gestionar problemas y generar soluciones. Necesitamos líderes preparados, responsables, con visión y con capacidad de gestión. Personas que comprendan que el liderazgo no es sólo una cuestión de mando, sino de cooperación. Especialistas en sus áreas, con conocimiento suficiente para tomar decisiones fundamentadas, y con la valentía necesaria para reconocer sus propias limitaciones. Porque si hay algo peor que la ignorancia, es la arrogancia de quien cree saber lo que no sabe y, además, tiene el poder de decidir el rumbo de los demás.
En mi opinión, si queremos avanzar como sociedad, necesitamos líderes que comprendan la magnitud de sus responsabilidades, que asuman el impacto de su labor y que entiendan la importancia de su trabajo no por el poder que ejercen, sino por el impacto transformador que generan.
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