En estos últimos tiempos todo el mundo parece muy feliz. Lo dicen en los cafés, lo publican en las redes sociales, lo repiten en camisetas y podcasts. La felicidad se ha vuelto un eslogan que necesita ser proclamado para existir. Pero ninguna persona verdaderamente feliz siente la urgencia de anunciarlo. La felicidad auténtica no hace ruido: se vive, no se pronuncia. Quien insiste en demostrarla, quizá solo intenta convencerse. Hemos confundido la alegría con su puesta en escena. Buscamos que los demás nos crean felices más que serlo de verdad. Y así, entre sonrisas ensayadas y muchas frases motivacionales, escondemos el silencio incómodo de no saber si verdaderamente lo somos. La felicidad no necesita testigos. Precisamente por eso, esa felicidad casi nunca sale bien en las fotografías.
Suscríbete los 2 primeros meses gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión