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No es irremediable

Editorial ·

La persistencia de la desigualdad no solo llama este 8 de marzo al compromiso reivindicativo de las mujeres. Interpela a los hombres a compartir su poder y evitar el machismo del día a día

DV

Jueves, 8 de marzo 2018, 08:48

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Este 8 de marzo millones de mujeres están llamadas a secundar las movilizaciones convocadas en todo el mundo para denunciar la herida de la desigualdad abierta entre hombres y mujeres desde los confines de la Historia. El desarrollo de la jornada, y singularmente el grado de respuesta que alcancen las huelgas y los paros para evidenciar que sin el trabajo de ellas, todo se para, permitirá discernir si el movimiento feminista y el de las mujeres que comparten las reivindicaciones aunque prefiriendo no encuadrarse han protagonizado un nuevo punto de inflexión, cuando el siglo XXI avanza sin una paridad real y efectiva entre sexos. Un salto cualitativo en un período en el que han aflorando protestas sin precedentes como las que señalan a los acosadores sexuales o en el que se han acentuado las que cuantifican la disparidad laboral y salarial de género. Pero lo que permitirá que este 8M merezca el calificativo de histórico no es tanto su impacto de hoy como su capacidad para remover conciencias y compromisos todos y cada uno de los días que se sucederán después. Porque nadie puede llamarse a engaño.

La persistencia de la desigualdad en ciudadanías como la vasca y la española aflora en todas las estadísticas que se desempolvan ante cada efeméride -y cuyo rostro más insufrible es el reguero de asesinadas a manos de la violencia machista-, pero también en esa realidad cotidiana ante la que no cabe ya mirar hacia otro lado. Porque todavía hoy, ellas renuncian más y progresan menos. En una sociedad que se presume avanzada como la de Euskadi, y según los datos aportados ayer por la consejera María Jesús San José, el desfase entre los salarios medios de hombres y mujeres alcanza el 24,29%, punto y medio por encima del Estado. La distancia en las remuneraciones se ensancha tras la maternidad. Y la conciliación sigue llevando nombre femenino: ellas piden nueve de cada diez reducciones de jornada para cuidar a los hijos. Son apenas tres pinceladas de un lienzo que no solo muestra el retrato de un desequilibrio que no termina de enderezarse, sino también que arraiga en hábitos sociales que van más allá de la mera situación del mercado laboral. No se trata únicamente de un problema legislativo. Euskadi fue pionera en 2005 en la aprobación de un marco normativo para la igualdad entre hombres y mujeres, y España siguió sus pasos dos años después. La realidad y el diagnóstico de los expertos evidencian que los presupuestos legales no se cumplen en su literalidad e integridad; o dicho de otro modo, que el espíritu y la letra de la ley tropiezan con enquistados obstáculos en su aplicación genuina. En la arena pública, en las empresas, en el propio hogar.

Desconsideración, desdén, egoísmo

La inédita movilización de hoy es el reflejo de un hartazgo largamente sostenido en el tiempo, heredado de generación en generación pese a los avances registrados en la paridad. Llama, por ello, a mantener vivo un compromiso que repercute en el conjunto de la sociedad, también ante aquellas mujeres que reproducen los peores estereotipos masculinos o aquellas otras que han interiorizado el machismo en forma de renuncias asumidas. Pero interpela, también y sobre todo, a los hombres. Porque la desigualdad no constituye una suerte de fenómeno insalvable. La desigualdad no es irremediable. Está en manos de todos aquellos que lo atesoran y ejercen utilizar su poder para corregir la marginación en la toma de decisiones que ha aparcado a la mujer en el devenir de la Historia; ese techo de un cristal todavía tan grueso que resulta poco menos que impenetrable con los propios méritos. Y está en manos de ellos y de todos los demás evitar el doloroso machismo -los micromachismos- del día a día. Las desconsideraciones que no lo parecen por la costumbre. El desdén camuflado en paternalismo. Los egoísmos de los afectos. La disposición aprendida a seguir patrimonializando el mundo en vez de compartirlo.

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