Lituma entra en el Vaticano
Iñaki Adúriz
Martes, 20 de mayo 2025, 02:00
Tras la emoción general por la fumata blanca del 8 de mayo, que indicaba que ya se había elegido a un nuevo Papa, y las ... palabras del cardenal Dominique Mamberti, que lo anunciaba y daba noticia del agustino Robert Prevost, quien iba a ser llamado León XIV, la aparición de este, en el balcón central de la basílica de San Pedro, y sus breves palabras allí, comenzaron a esbozar los primeros trazos de su trayectoria biográfica y de alguno de sus referentes y anhelos de su próxima labor a desarrollar. Las palabras pronunciadas, en una parte de su discurso, en castellano fluido, y el saludo a su «querida diócesis de Chiclayo, en el Perú», dejaban a las claras cierta, por lo menos, familiaridad con la realidad latinoamericana y, en especial, peruana, sin rebajar algo de sorpresa a la vez por su procedencia estadounidense. A partir de ahí, los medios de comunicación que transmitían esos momentos de la proclamación, y los de los posteriores días, se han ido encargando de dar a conocer, de forma más completa, su figura, dentro de la cual subrayaría aquí ese rasgo entrevisto en su primera aparición pública, el de su experiencia pastoral, durante cerca de treinta años de su vida, en tierras peruanas.
Oír de su voz, ese primer día, el topónimo Chiclayo y pensar después en esa estrecha relación que tuvo con la comunidad quechua e hispanoamericana fue lo que me llevó a asociar su persona con la de algunos personajes literarios de la extensa y variada narrativa del escritor hispano-peruano, y Nobel de literatura, Mario Vargas Llosa, fallecido el pasado mes de abril. Más aun. Muchas son obras escritas en las que la preocupación de cada protagonista por el estado y destino de la comunidad en donde vive y actúa subyace antes que nada. No hay en sus ficciones una mera voluntad de haberlas creado por puro placer, sino que tratan de explicar serios atolladeros en los que el ser humano se encuentra, dominado por fuerzas de una u otra índole que no controla. Sin olvidar esa faceta de escritor comprometido, de hacer ver, pensar y mover al lector sobre esos conflictos. A su amigo, el escritor Carlos Fuentes, ante las salvajadas de caucheros y guarniciones de frontera, practicadas con los indígenas, le dice en 1964 lo difícil que es escribir sobre ello, «sin caer en el esquematismo o en el panfleto». Ese desvelo por la situación de su país le ha durado toda su vida, a la que se ha integrado su producción literaria. Y, acaso, haya pocos escritores que vida y escritura se concilien tan plenamente como en este. La pregunta «¿En qué momento se jodió el Perú?», que universalizó su Zavalita de 'Conversación en la Catedral' (1969), es la misma que e proyecta, en el discurrir de los protagonistas de su exitosa primera pieza, 'La ciudad y los perros' (1963), y en el de los que parecen en la última, 'Le dedico mi silencio' (2023), sobre todo, en su Toño Azpilicueta, para quien, por cierto, la ciudad de Chiclayo resulta de verdadera importancia. Más, si cabe, que la que posee en otra obra intermedia, 'Lituma en los Andes' (1993), escrita tras su paso por la política, aunque, si se quiere, más indagadora de la jodienda de un país, por medio de enfrentar la luz de la razón y las tinieblas de la barbarie, algo que aún hoy en día coexiste por desgracia en medio mundo. Es, en este caso, el humilde cabo Lituma el que, para aclarar unas desapariciones, ha de encarar casi en soledad innumerables obstáculos, como la ignorancia que amamanta la superstición, el fanatismo al acecho, leyendas y ritos abominables e, incluso, el terrorismo de Sendero Luminoso. Pero, acaso, en ese maniobrar en pos de la verdad, lo peor fuera el silencio culpable de la pequeña comunidad de peones y serranos que frecuentaba a diario en la montaña, y que se dejaba arrastrar por el 'encantamiento' del alcohol y los hechizos, así como por el sometimiento a dioses ancestrales, conducido este por los embaucadores de siempre.
Así es, en efecto, toda esta épica literaria, «difícil de escribir sin caer en el panfleto», de cara a contar hechos lamentables que se suceden fuera de la oficialidad, llevada a cabo por héroes silenciosos, la asocié con el nuevo Papa, León XIV, cuando pronunció Chiclayo y al saber de su larga y misionera estancia peruana. A modo del entrañable Lituma, León XIV entra en el Vaticano cargado de un bagaje excepcional para encarar otros destinos aun más difíciles. Como la que llevaba el primero, puede que su mochila esté llena de saber escuchar, de obediencia a sus superiores y de perseverancia hasta dar con la verdad y la justicia. Incluso, cuando azotaba el terrorismo senderista o la muerte violenta y la desaparición. No son vacuas esas palabras de demanda de paz –«una paz desarmada y desarmante, humilde y perseverante»–, de su primer día.
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