
Iglesia: tú a esperar fuera, María
Idoia Estornés Zubizarreta
Jueves, 8 de mayo 2025, 02:00
Secciones
Servicios
Destacamos
Idoia Estornés Zubizarreta
Jueves, 8 de mayo 2025, 02:00
Cuando yo era apenas una aprendiza de mujer, canicas en los bolsillos y calcetines hasta las (melladas) rodillas, un profesor de clase, un estirado cura ... que supongo entonces joven, nos convenció desde la altura de su pupitre de que las mujeres nunca podrían ser juezas ya que, una vez al mes, experimentaban unos telúricos trastornos que les impedían conservar el discernimiento, es decir, juzgar casos y cosas.
Por aquellas fechas yo ya había observado que, en la Iglesia a la que me habían apuntado, el tropel femenino, mucho más numeroso y pío que la concurrencia masculina, era manejado a toque de silbato desde púlpito y sacristía. Que, en las procesiones, iba al final, constituyendo un rebaño cantor, obediente, que los varones llamaban con socarronería la «peste negra».
Ni de lejos sospechaba la aprendiza que perteneciera de 'lege' a una confesión religiosa en la cual se había dudado que Cristo muriera también por las mujeres (Concilio de Mâcon). Discutió incluso su pertenencia al género humano, con lo cual la Iglesia no hacía otra cosa que recoger la opinión de Aristóteles de que la naturaleza no forma mujeres sino a causa de la imperfección de la materia para llegar al sexo perfecto, teoría muy manejada luego.
Han pasado unos cuantos años. Bastó que la Iglesia de Inglaterra acabara por reconocer en los primeros 90 el derecho de todos/as al sacerdocio para que la vieja misoginia católica reapareciera a la luz pública. Lo hizo como lo que siempre ha sido, el último bastión de Occidente en el que la revolución democrática y su correlato lógico, el feminismo, tienen vedada la entrada. Es más, voces autorizadas del Vaticano acusaron al anglicanismo de haberse dejado penetrar por la sociedad, ese enemigo. Ahora bien, el nuevo catecismo católico reconoció que el evolucionismo –el padre de los «errores modernos» denostados por más de siglo y pico de padres de la Iglesia–, no fue culposo. Reconoce incluso (manes de Teillard) que puede servir para honrar al Dios de la creación de toda la vida.
«Ser homosexual no es un delito» (...) «no es un delito, sí, pero es pecado», dijo Papa Francisco. Ver para creer, dirán ustedes, los pecados se confiesan y hale, a por otros. Pero, con las mujeres, pie en puerta, y a creer en el cielo, que allí no hay sexo, que allí, en consecuencia, no incordian ellas. Algún día podrían tal vez ser medio diaconisas; una versión light del diaconado, a su vez, versión descafeinada de la ordenación 'sacerdos ad aeternum'.
Y eso es lo que el orbe lleva escuchando desde que alguien evocó el tema a propósito del Vaticano II. Ahí se quedó, flotando medio siglo, junto con la inmensa labor –administración, asistencia, enseñanza, misión— y tareas ginecéicas que desempeñan las marías en la Iglesia.
Mientras la Church of England hacía su revolución democrática, comenzó otra: la denuncia en Irlanda, Estados Unidos, México de la pederastia católica, pronto sofocada o ignorada. El frasco del secreto a voces eclesial se destapaba, aunque prensa libre y redes solo pudieron romper el código de silencio, chantajes y dificultad, en la nueva centuria. Estallaba, urbi et orbe, el caso «Pederastia eclesiástica mundial», masculina en el 95% o más de los casos denunciado. Y los abusos en África donde a monjas violentadas y esclavizadas por clérigos se las conminaba a abortar.
Parece ser que el abrumado Papa Francisco le echó coraje a este gran tema, a otros como la opacidad financiera del Vaticano o la ecológica. Pero tenía atragantado el Análisis de Género, esa herramienta académica que permite desvelar, por encima del determinismo biológico, el papel discriminador de los roles tradicionales asignados a la mitad de la Humanidad. «La ideología de género es de las colonizaciones ideológicas más peligrosas», se descolgó, a lo Milei/Vance. Y su prefecto en Doctrina de la Fe dio por concluido lo del diaconado femenino («no es el momento»), en el sínodo 2023-2024.
A esperar, pues, María. Tras el inmenso escándalo destapado por la conducta de sus chicos, la Iglesia (ahora en números rojos), sigue repitiendo asida a su sexo –a aquello que el pérfido Peyreffite apodó «esa pequeña diferencia que crea siempre las grandes complicaciones»—, que Jesús eligió solo a varones.
Se me olvidaba: en 2021, el buen Francisco permitió que las mujeres fueran lectoras y monaguillas... Cuando pasen los fastos y se desvanezcan las auroras boreales que, como siempre, rodean el fin de un Papado, historiadores y periodistas van a tener material para rato.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
No te pierdas...
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.