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Las guerras de Siria

carlos larrínaga

Sábado, 3 de marzo 2018, 08:12

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La caída de Alepo, Mosul y al-Raqa y la práctica desaparición del Dáesh en Irak y Siria habían suscitado un moderado optimismo para procurar pacificar estos países. Mientras en el primero, las cosas, pese a las enormes dificultades, parecen poco a poco encauzarse, en el segundo el horizonte es completamente distinto. Si hasta hace poco tiempo el gran enemigo a batir era el yihadismo del trapo negro, ahora Siria se ha convertido en un auténtico avispero reflejo de la compleja situación que se vive en Próximo Oriente desde, al menos, el Tratado de Sèvres (1920) y la caída del Imperio Otomano (1922). Las últimas semanas, pese a que 2017 terminó con varias conferencias de paz auspiciadas por Rusia y la ONU, el panorama se ha enrevesado enormemente.

El régimen, con el soporte de Moscú, Teherán, Hezbolá y otras milicias chiítas, intenta terminar con los insurgentes en Guta oriental, donde se viven escenas dantescas. Algunos rebeldes y la sección de al-Qaeda en Siria se enfrentan al Ejército regular, siendo los civiles, envueltos entre ambos fuegos, los grandes damnificados. Es en esta localidad de las afueras de Damasco y en la gobernación de Idlib donde perviven aún bolsas de opositores mezclados con grupos extremistas. Mas qué duda cabe que Bashar al-Asad, fortalecido tras casi siete años de conflagración, hará lo indecible por eliminarlos para lograr tener el control absoluto.

Un control, por cierto, que está cuestionado en la zona norte, en la frontera con Turquía. La ofensiva militar ordenada por Erdogan en el cantón kurdo de Afrín supone un flagrante quebrantamiento de la integridad territorial de Siria, sin haberse declarado la guerra. Ankara, por su cuenta y riesgo, y aun a costa de enfrentarse a algunos de sus socios -EE UU, principalmente- ha decidido llevar a cabo una operación de limpieza de las milicias kurdas, tildadas terroristas por su afinidad con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán. La acometida amenaza con extenderse a otras provincias del Kurdistán sirio y se está desarrollando sin que Washington mueva un dedo a favor de sus hasta ahora aliados en su lucha frente el ISIS. Nuevamente los kurdos parecen abandonados a nivel internacional, sólo auxiliados por unas fuerzas populares sirias adeptas al Gobierno que se han desplazado allí para combatir a los turcos. Porque qué más quisiera Turquía que crear una especie de franja desmilitarizada bajo su control para evitar todo contacto entre los kurdos de uno y otro lado. Y es que, en aras a perseguir el denominado terrorismo kurdo, la Administración Erdogan está dispuesta a poner toda la carne en el asador, pensando que la mano dura es la mejor solución para un problema político que parecía encauzado antes de la ruptura de las conversaciones en 2015.

Junto a la cuestión kurda, Siria está sirviendo asimismo de tablero de juego para los intereses de otras potencias regionales. Por ejemplo, Israel, que no sólo ha violado en varias ocasiones el espacio aéreo sirio, sino que ha llevado a cabo diferentes ataques con el pretexto de evitar que Hezbolá sea armado por Irán. La última de estas incursiones le costó el derribo de un caza en el marco de una acción que tenía por excusa la entrada de un dron iraní en jurisdicción israelí. En su obsesión, Netanyahu no pierde ocasión para criticar a Teherán, tildándola del mayor peligro existente en Oriente Próximo por el desarrollo de su programa nuclear, no aireando, por cierto, que, en ese área, Israel es el único estado que posee la bomba atómica. De suerte que sus continuas diatribas hacia el pacto firmado en tiempos de Obama podrían hallar eco en un Trump que nunca ha visto con buenos ojos ese convenio. En este punto, por suerte, los dirigentes europeos no están haciendo seguidismo de la Casa Blanca. En una posible entente Israel-EE UU, con sostén indirecto de Arabia, contra Irán, habría que ver qué haría la UE.

No teniendo relaciones bilaterales, lo cierto es que Israel y Arabia se han convertido en extraños compañeros de viaje en su aversión a Irán. Dentro de esa pugna en el Islam entre el chiísmo y el sunismo, Arabia ha apoyado siempre a los grupos sunitas hostiles a los alauitas (rama del chiísmo) en el poder en Damasco. Incluidos los yihadistas del antiguo Frente al-Nusra, vinculado a al-Qaeda. Pues bien, en su particular pugna con Irán, Tel Aviv ha optado por Riad por dos razones claras. Primero, ya que considera que Arabia no le supone ningún peligro, toda vez que la monarquía saudí es amiga de Washington y permite la existencia de un contingente norteamericano en su suelo. Y, segundo, debido a que no hay ningún tipo de contencioso militar o político entre ambas naciones. De ahí que, para ambos, el enemigo a batir sea Irán. Y de paso, al-Asad en Siria y Hezbolá en Líbano. Algo que complica sobremanera la búsqueda de soluciones, puesto que grandes actores como Rusia y EE UU están en bandos diferentes. La diversidad de expectativas es tan grande que lo que parecía alcanzable a fin del año pasado, una vez neutralizado el EI, se antoja muy difícil, salvo que los distintos protagonistas cedan en sus aspiraciones particulares en favor de los castigados ciudadanos sirios.

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