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La furia de las imágenes

SANTIAGO ERASO

Viernes, 6 de octubre 2017, 10:48

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Acaba de clausurarse la edición número 65 del Zinemaldi. A pesar de haber llegado a su año jubilar, parece que su salud no se resiente, al contrario, es probable que cumpla el centenario, como sus vecinos de Venecia o Cannes, que ya se acercan al siglo de existencia. Un gran parte de la financiación de la mayoría de estos grandes eventos suele proceder de recursos públicos, a pesar de que la denominada crisis, eufemismo que se utiliza para camuflar el ataque directo al estado del bienestar, ha supuesto una reducción importante de estas ayudas. Tal vez sea en este tipo de festivales de cine, pero también en los musicales, ferias de arte o del libro, donde el frágil equilibrio entre interés público e iniciativa privada se manifieste de manera más clara, tanto en lo que tiene de positivo como en sus flagrantes contradicciones.

En estas grandes citas populares y encuentros de expertos, las clásicas dicotomías conceptuales de las que tanto se habla entre los profesionales de la cultura -calidad o cantidad, especialistas o aficionados, ensayo y experimentación contra espectáculo y banalización, o arte contra industria- adquieren rango de aporía, entendida como el razonamiento donde surgen paradojas irresolubles. Como ejemplo, ahí están tanto José Luis Rebordinos, director de Zinemaldi, que en un alarde admirable de malabarismo y equilibrio profesional trata de compaginarlas, como Agnès Varda, premio de honor Donostia de este año. Esta mujer franco-belga, pionera directora feminista y activa representante del cine más realista y social ha demostrado que se puede formar parte del sistema sin caer en las garras de sus imposiciones.

Desde sus orígenes, los grandes festivales siguen más o menos fieles a su organización primigenia: concursos, retrospectivas, ciclos temáticos, jurados de expertos, premios, reconocimientos de honor, alta concentración de medios de comunicación, estrellas de cine paseando por alfombras con sus mejores galas, promoción industrial, largas colas de asistentes para formar parte del ceremonial iniciático, fiestas de sociedad... Sin embargo, como señala Joan Fontcuberta en 'La furia de las imágenes. Notas sobre la postfotografía', desde la aparición de la fotografía han proliferado numerosos mecanismo de producción y reproducción de imágenes, que han causado una transformación substancial del orden visual tradicional y de sus formas de representación.

No hay duda de que vivimos inmersos en imágenes. Sin embargo, en medio de su aparente abundancia, en la medida que todos somos productores de imágenes, se produce, paradójicamente, la desaparición de otras tantas que son veladas y ocultadas a nuestra mirada. Jean-Luc Godard dijo en alguna ocasión que creemos poder verlo todo, pero en realidad se invisibilizan miles de cosas.

Las imágenes, más allá de su estricta formalidad y su capacidad de representación, articulan nuestro pensamiento, construyen el subconsciente y determinan las maneras de 'mirar' el mundo y, por tanto, las formas políticas que nos permiten actuar en él. Bertold Brecht proponía una pedagogía que se valiera de la paradoja para hacer hablar a las imágenes desde un ejercicio de extrañeza, de desplazamiento de sentido, para cuestionar los relatos normativizadores y producir otros significados. Generar contrasentidos o alterar el principio de realidad sería una de las funciones del arte. Así, una de las obligaciones de la cultura pública y sus instituciones sería promover, sobre todo, aquellos materiales que se substraen a esa lógica capitalista y a la fascinación que produce el marketing. Las listas de éxitos, los bestsellers o los hitparades, por sí mismos, ya tienen sus propios mecanismos de promoción, sin necesidad de que las administraciones públicas contribuyan más a su desarrollo. La misma Vardà decía que aun teniendo una vitrina llena de premios pasaba muchas dificultades para encontrar financiación para sus proyectos porque seguramente se empeñaba en hacer un cine libre.

Estas lógicas antagónicas pueden resolverse de forma justa siempre y cuando las instituciones públicas sepan con claridad cuáles son sus objetivos y prioridades porque no parece que, en la actual situación económica, sirva el café para todos. Tan solo es necesario que el sistema cultural permita la existencia de propuestas como las que el artista visual y realizador de cine independiente Eric Baudelaire presenta en una excelente exposición en Tabakalera, junto a las de Harrison Ford, Ryan Gosling y Anna de Armas que actualmente se pasean por todo el mundo promocionando a bombo y platillo Blade Runner 2049 de Denis Villeneuve.

Pero me temo que las instituciones y creadores que trabajan en la emergencia de imaginarios que no se supeditan a las lógicas de mercado tienen todas las de perder. La tendencia dominante parece ser que las instituciones dejen de apoyar esa concepción 'excepcional' de la creación para, como en otros sectores, ponerse a la entera disposición del orden económico, lo que conlleva la desactivación paulatina o marginalización de las formas creativas más conflictivas, disruptivas, desafiantes. Ya lo dijo el filósofo Jacques Rancière en 'El espectador emancipado': la cuestión del espectador -por extensión los ciudadanos como sujetos políticos que construyen la democracia- está en el centro del debate sobre las relaciones entre arte y política, porque la sumisión es la otra cara de la emancipación.

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