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Estamos en el Torino Lutxo y yo, y de repente me dice que vivo en mi mundo. Así, sin más. Tú vives en tu mundo, ... me suelta. ¿Que vivo en mi mundo?, le digo. Y dice: Sí. Y es cierto, claro. Es cierto, le digo. Lo admito. Pero todos lo hacemos. Cada cual en el suyo. Cada cual vive en su relato, Lutxo. Que es un constructo mental. Una versión de la realidad elaborada (más o menos inconscientemente), a base de experiencias biográficas, dogmas tribales, herencia familiar, sesgos cognitivos, sueños, intereses, fracasos y toda esa oscura y olorosa mezcla.
La crisis de la verdad es la batalla por imponer el relato. Hoy y siempre. Y sí, en efecto, en el relato va implícito todo: la sexualidad, la guerra y el dinero. Hasta Dios. Por eso Donald Trump se ha permitido la dudosa 'boutade' de confesar (no sé a quién ni en qué tono) que a él le habría gustado ser Papa de Roma. Y mira qué bien, al día siguiente se fabrica la foto, la propia Casa Blanca se encarga de difundirla y la ve todo el mundo. Un puntazo. La cuestión no es la foto. Ni el hecho inquietante de que pueda lograrse que resulte tan perfecta. Ni el hecho siquiera de que finja ser un 'fake' gracioso que no pretende engañar. La cuestión es la imposición del relato y el estilo. Y en el relato y estilo que se imponen, tan importante como la forma en que se enfocan, solapan y enfatizan los hechos es la elección del género narrativo. Y en este caso, me temo, se trata de un género narrativo muy próximo al cómic. Muñecos, acción trepidante, frases hechas, viñetas coloreadas, protagonistas de una pieza y final feliz. A mí me parece naíf y sórdido, Lutxo, le digo. Y me suelta: esperemos que sea para bien.
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