Ovejas
En Madrid, en la mismísima Puerta del Sol, lugar emblemático, coinciden dos manifestaciones, distintas y dispares, aunque no antagónicas
El autobús que va de San Sebastián a Madrid hace regularmente una breve parada en la villa de Lerma, población que lleva siglos en ese ... sitio, sin demasiado cambio. Al lado de la parada de autobuses, hay otra, tan visible como la anterior, aunque los objetivos y, sobre todo, destinos, sean completamente diferentes. Se trata de un tanatorio, donde preparan a los difuntos para el supuesto y último viaje. Da qué pensar la semejanza entre ambos espacios, viaje de ida y vuelta en un caso, tan solo de ida en otro, porque nadie vuelve, que se sepa, una vez ha dejado este mundo y se ha encaminado al más allá: a saber en qué páramo se encuentra. Los vivos pueden regresar, tienen su oportunidad; los otros, no, aunque aparezcan de vez en cuando entre sombras, en los resquicios del pensamiento, en la vigilia del recuerdo.
En Madrid, en la mismísima Puerta del Sol, centro y capital, lugar emblemático y señalado donde los haya, coinciden dos manifestaciones, distintas y dispares, aunque no necesariamente antagónicas. En una abundan los niños; en la otra, adultos de todas las edades, sobre todo gentes que dejaron su juventud atrás y miran al presente con la tranquilidad que ofrece un retiro más o menos decoroso. Unos aguardan el tránsito por la plaza de un rebaño de ovejas, conmemorando o recordando que la calle sigue siendo un paso ganadero, la llamada Cañada Real, famosa cuando Castilla exportaba a la Europa de antaño la lana que necesitaban para el desarrollo de la entonces incipiente industria textil. Los otros enseñan banderas palestinas, claman justicia y paz.
Todo se ha desarrollado en un ambiente festivo, de domingo otoñal, cuando la temperatura agradable invita al paseo y a la reconciliación de los cuerpos con la naturaleza más perenne. Después de la exhibición de la curiosidad en un caso, de la de la solidaridad en el otro, todos se despiden y se dispersan. Unos buscan solaz y recreo en alguna de las muchas terrazas que, como pequeñas lomas pintorescas y visibles, se imponen de modo cada vez más notorio en el monótono paisaje urbano. Mientras se está a la espera del camarero que atienda, se acercan a las mesas algunos gorriones y palomas, acostumbrados, supongo, al frecuente contacto humano. Uno de los pájaros, el más osado sin ninguna duda, de un pequeño salto se coloca en uno de los hombros del vecino. Agita la cabeza levemente y abre el pico, como si supiera que dicho acto tendrá su recompensa. Tal es la esperanza de los vivos.
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