Contra la extrema derecha: feminismo y descentralización
Comienzo dejando claro que no voy a escribir el enésimo artículo analizando los resultados de las elecciones andaluzas, buscando explicaciones en la campaña, en la ... legislatura previa, en Catalunya, en Madrid o en Sevilla. No voy a revisar los números de cada pueblo o barrio y mucho menos voy a hacer cábalas sobre por qué sí o por qué no. No voy a volver a hablar del 2 de diciembre pasado en Andalucía, sino del futuro y los quehaceres políticos que tenemos en Euskadi y desde Euskadi. Y es que es bien cierto que la noche de las elecciones andaluzas sentí miedo. Eso no puedo negarlo. Sentí miedo por ser mujer. Sentí miedo por ser hija de inmigrante. Y sentí miedo por ser vasca. Sentí miedo por mí, pero también, y sobre todo por el futuro.
Así que hablemos de ese futuro.
Las últimas encuestas estatales tras el 2-D nos dejan un panorama que me atrevería a calificar como aterrador. Los discursos xenófobos, centralistas, machistas, homófobos... etc. tienen cada vez más espacio en la agenda y los debates, y desgraciadamente, muchos creen encontrar en ellos la respuesta a sus demandas y sus malestares cotidianos. Por eso, quienes queremos hacer del Estado uno más social y justo, uno más democrático, tenemos más trabajo que nunca, para que ese desencanto encuentre otras respuestas y no se convierta en la guerra de los penúltimos contra los últimos.
Dos cuestiones (quizá entre muchas otras) vertebran, en mi opinión, la única respuesta útil a la extrema derecha: la plurinacionalidad y el feminismo.
Ahora más que nunca, cuando algunos hablan de eliminar las Comunidades Autónomas (Vox), otros cargan contra el Concierto vasco (Cs) y otros alaban a quienes «no colonizaban sino que hacían una España más grande» (PP), se hace imprescindible defender la descentralización. Solo desde el respeto a la autonomía de las comunidades podremos construir un Estado democrático y combatir a la extrema derecha. Estos discursos que siembran el odio entre territorios, que convierten lo que nos enriquece (nuestras culturas, lenguas e identidades) en motivo de confrontación, nos arrebatan lo mejor que tenemos y nos impiden construir un futuro compartido. Frente a aquellas políticas tanto estatales como autonómicas que apuestan por la confrontación, nosotros y nosotras debemos apostar por tender lazos y construir puentes que nos permitan trabajar y defender causas que nos son comunes, porque la desigualdad no se da entre Comunidades Autónomas, se da entre quienes más tienen y quienes menos.
Pero para conseguir un país descentralizado el primer paso es un proyecto político descentralizado, un partido que escuche voces más allá de Madrid y que atienda las demandas de las diferentes naciones que conviven en el estado. Quienes fundamos Podemos, lo hicimos porque creíamos en la necesidad de un proyecto político de ámbito estatal, pero uno que no existía entonces, uno que apostara por una organización de futuro alternativa a la actual, en común y que mereciera la pena. Y en ese sentido, aún queda trabajo por hacer.
En lo que respecta al feminismo, el 8-M no solo puso sobre la mesa todo lo que queda por legislar y cambiar para que vivamos en una sociedad realmente igualitaria, sino que ejemplificó otra forma de hacer política. A la extrema derecha no se la derrota con sus formas, gritando más alto o dando el puñetazo más fuerte en la mesa. Hace mucho que lo venimos diciendo, pero ahora más que nunca debemos insistir. Hay que cambiar esa forma clásica de hacer y decir, que históricamente ha estado más ligada a lo masculino, porque eran los hombres los que hacían política. Quienes hacen (hacemos) política, deben aprender a gestionar la diversidad en términos no bélicos, no aspirar a erradicar la diferencia, sino entender que eso es algo bueno, que nos fortalece y enriquece, que el respeto por la diversidad debe ser inherente a la unidad. Los políticos deben (debemos) aprender a escuchar más, sin agredir sistemáticamente a quienes tienen enfrente. Hay que conseguir hacer la política compatible con la vida, la felicidad, la familia, las amistades y el tiempo libre. También a hacerla con los pies en la tierra, representándonos a quienes nos escuchan y hablándoles para que nos entiendan, porque hablarle a nuestro ombligo es bien fácil, pero hablar a la gente corriente da más vértigo; quien te entiende, te puede responder. Si no aprendemos esto y no nos lo empezamos a aplicar, si no hacemos política de manera feminista, caeremos en el juego de la extrema derecha de competir (hablando mal y pronto) por quién los tiene más grandes, y mientras, perderán los inmigrantes, las mujeres, la comunidad LGTBI y el conjunto de nuestra (ya bastante débil) democracia.
Quizás, lo que nos toca ahora, es parar un poco, levantar la cabeza de nuestro pequeño mundo y escuchar.
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