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Euskadi, una pequeña gran nación europea

Nosotros no constituímos un riesgo para la UE, son los grandes estados quienes ponen incesantes obstáculos

luke uribe-etxebarria apalategi

Domingo, 16 de septiembre 2018, 22:15

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Hace ya 102 años que, por primera vez, el nacionalismo vasco expuso la causa de la libertad del Pueblo Vasco en los planos internacional y europeo. Fue en Lausana (Suiza), el 24 de junio de 1916, en el marco de la Tercera Conferencia de las Nacionalidades, organizada por los nacionalistas de los Países Bálticos. El EBB del PNV envió a la misma a Isaac López Mendizabal, a José Eizagirre y a Luis de Eleizalde. Desconozco cómo lograron atravesar una Francia en guerra y ocupada, ni tampoco de qué forma consiguieron imprimir 11 páginas y tres anexos de lo que se llamó el 'Rapport de la Délégation Basque'. Pero lo hicieron y allí estuvieron. Pedían que «nos reconozcáis como beligerantes en esta gran lucha de las pequeñas nacionalidades que saben perfectamente que, para precisar los derechos de las naciones, no se miden éstas ni por el número de sus habitantes ni por sus kilómetros cuadrados. Con vuestra acción, señores, habréis defendido el derecho primordial de todos los seres humanos, individuales y colectivos, a su propia existencia».

Este verano he tenido la oportunidad de visitar Tallin, capital de Estonia. Es una ciudad bella, limpia, pujante y con una excelente gastronomía. Combina de manera armoniosa las características de una auténtica ciudad medieval, con una arquitectura de estilo soviético en la periferia y un centro reformado con edificios modernos destinados a los negocios y al ocio. Estonia es un país pequeño, de apenas 1'3 millones de habitantes. Por su situación geopolítica (al igual que Letonia y Lituania), ha sido históricamente codiciada por sus vecinos cercanos como daneses, suecos, alemanes y, sobre todo, rusos, que incluso en la época de Stalin trasladaron a Estonia a miles y miles de personas para impedir sus aspiraciones de libertad nacional.

Tras la caída del muro de Berlín en 1989 y el correspondiente desmembramiento de la URSS, Estonia alcanzó su independencia en 1991, después de diversas movilizaciones populares, elecciones parlamentarias democráticas, referéndums y declaraciones institucionales, todo ello bajo el espíritu de la maravillosa 'Revolución Cantada'. En 2004 ingresó en la Unión Europea y en la OTAN, y en 2011 adoptó el euro como moneda. Hoy, Estonia avanza económicamente, con unos índices de Desarrollo Humano (IDH), de innovación y de competitividad muy notables. Además de los sectores tradicionales, están desarrollando el turismo y han convertido a las nuevas tecnologías de la información en su palanca de cambio y transformación económica y social, así como en una herramienta para evitar las apetencias geopolíticas rusas sobre su territorio.

El caso de Estonia nos demuestra varias cosas. En primer lugar que, a lo largo del siglo XX, coincidiendo temporalmente en parte con el proceso de integración europea, en Europa el número de Estados no ha hecho más que aumentar, lo que ha aportado convivencia y, en consecuencia, una mayor estabilidad y prosperidad al Continente. Es lógico, porque con ello el modelo de las relaciones entre los pueblos y naciones de Europa pasaron de ser impositivas, expansivas, subordinadas y de sometimiento, según los actores, a otras completamente distintas destinadas a la cooperación (incluyendo la cosoberanía) basadas los principios y valores europeos del respeto y reconocimiento mutuos, el derecho a decidir, la democracia y la defensa de los derechos humanos, empleando la metodología democrática del diálogo, la negociación, la libre adhesión y el pacto entre iguales.

En segundo lugar, que el logro del bienestar y del desarrollo económico y social competitivo no depende del tamaño del territorio ni del número de sus habitantes. Existen muchísimos países grandes y/o medianos fallidos y otros pequeños que son perfectamente competitivos, lo que demuestra que, en un mundo globalizado la materia prima más importante es el talento y la capacidad de adaptación a un entorno en permanente cambio.

Y en tercer lugar, que las naciones (cuatro o cinco en la UE, no más) que aspiramos a disponer de instrumentos de Estado somos los mejores aliados del proceso de integración de la UE. Sencillamente, porque deseamos que el núcleo duro de las competencias de los Estados-Nación, como son las fronteras, la moneda y las relaciones exteriores y de defensa sean gestionadas de manera plena por la UE. Nosotros no constituimos un riesgo para la UE, como nos acusan algunos. Son precisamente los grandes estados comunitarios quienes ponen incesantes obstáculos para una gestión europea de las fronteras exteriores de la Unión (lo que daría como resultado una segura y humanitaria Política de Inmigración), para disponer de una verdadera moneda única que aguante los embates de las crisis financieras y para desarrollar la Autonomía Estratégica de la UE en materia de Defensa evitando despilfarros.

A Euskadi nos urge europeizar nuestras relaciones con el Estado español y con la propia UE. Basarlas en los principios políticos y en la metodología que han hecho hasta hoy de la Unión Europea, a pesar de todas las carencias, un espacio de éxito sin parangón en el mundo y en la historia ¿Por qué los principios y la metodología que alumbraron y guiaron el proceso de integración europea aportando paz, convivencia y desarrollo no han de servir para establecer las relaciones entre Euskadi y el Estado español? Euskadi es una pequeña gran nación europea. Milenarios con personalidad política, cultura y lengua propias, orgullosos de nuestras raíces y tradiciones. Los vascos y las vascas mostramos la voluntad democrática de existir y de desarrollarnos en libertad, hoy y en el futuro. Queremos seguir siendo vascos y vascas. También, un país abierto, complejo, moderno, cosmopolita y europeizado. Pero necesitamos imperiosamente un estatus diferente e instrumentos políticos potentes para ganar los retos de un mundo cada vez más abierto e interdependiente. Instrumentos que nos permitan ser una economía abierta, muy bien insertada en la globalización, con una educación exigente, con justicia social, con un entorno que mime a nuestras empresas como nadie, con un mercado laboral fuerte y constituyendo una formidable plataforma para la inversión productiva, industrial e innovadora. Nuestro futuro debe estar en nuestras manos.

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