
El dilema
Trump, Xi Jinping y Putin parecen dispuestos a decidir por los demás. ¿Cómo responderá la opinión pública europea, se acomodará o se rebelará?
Eugenio Ibarzabal
Viernes, 18 de abril 2025, 02:00
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Eugenio Ibarzabal
Viernes, 18 de abril 2025, 02:00
Una de las cosas más importantes en la vida es mantenerse sanamente entretenido. En realidad, entretenidos estamos siempre. La diferencia es si lo estamos de ... una manera sana o insana. Trump está empeñado en mantenernos entretenidos de la peor de las maneras posibles.
Si algo aterra es la evidencia de que, al comienzo, en medio y al final, él es el único que toma las decisiones. Es lo que le distingue del Trump de su primer mandato; antes tenía a gentes que podrían llevarle la contraria, como de hecho lo hicieron. Ahora ya no; nos encontramos con un Trump 'en estado puro', que va a hacer lo que le venga en gana, que va a decidir sin cortapisa alguna. Todo el mensaje de la Casa Blanca es 'confíen en el presidente', al tiempo que observamos que el propio Elon Musk lleva en su gorra una mancheta que dice que «Trump siempre lleva la razón».
En definitiva, estamos en manos de una persona, que lucha contra otra persona, Xi Jinping, y que mantiene una relación extraña con otra tercera, Putin. Entre los tres parecen dispuestos a decidir por los demás.
Y aquí viene la cuestión: cuando hablo de la situación, me encuentro con frecuencia con el siguiente comentario:
–Dirás lo que quieras, pero al menos Trump tiene un proyecto, se compromete y toma decisiones; no como otros.
A partir de aquí sigue la retahíla habitual de insultos a los políticos actuales.
Cuando respondes que Hitler también tenía un proyecto, que se comprometió y que tomó decisiones de la gravedad que todos sabemos, no parecen inmutarse. A partir de ese momento salen los tópicos ya conocidos.
Y se acabó el debate.
«Cuando las cosas se ponen mal, necesitamos que sea 'uno' el que tome decisiones», se repite una y otra vez. Basta de «componendas y cesiones», afirman luego; hay que confiar en 'ese uno', seguirle y admitir los 'daños colaterales'. ¿Tan pronto hemos olvidado las consecuencias de 'esos unos', tan recientes, que dejaron Europa, España o incluso el País Vasco como los dejaron? ¿No les recuerdan a Mussolini en sus mítines los gestos de Trump al hablar?
Hasta ahora, lejos de ser eficaz, Trump no ha resuelto nada: la guerra en Ucrania sigue allí, el número de deportaciones no es el prometido, la economía sufre una incertidumbre añadida y de lo que ocurre en Gaza es mejor no hablar.
Obsérvese, sin embargo, el mapa actual. Tres personas sin contrapoderes (unos menos que otros, no quiero generalizar) contra una Europa sin liderazgos claros, prudente hasta la saciedad en sus respuestas, con miembros autoritarios en sus filas que muestran sin ambages sus preferencias por enemigos de Europa, con otros miembros en su seno que 'hacen como que hacen'; una Europa que, muy pronto, va a tener que soportar el viejo embate del 'pacifismo', curiosamente tanto desde la extrema izquierda como desde la extrema derecha.
A eso se le añade que Rusia, y ya no digamos China, puede otra vez incorporar sin contestación alguna a cientos de miles de jóvenes a sus filas, mientras que aquí cabe preguntarse si habrá jóvenes dispuestos a luchar, al tiempo que se escucha que ahora la guerra es tecnológica y que no hacen falta soldados que vayan a las trincheras. Al parecer, lo que estamos viendo en Ucrania es una serie creada por Netflix.
Es decir, que la alternativa a esas tres personas sería, en el mejor de los casos, un liderazgo compartido, débil, lento, controvertido y combatido en las calles.
Así las cosas, la situación no pinta nada bien. Es como si esas tres personas no tuvieran obligación de respetar regla de juego alguna, mientras que Europa se viera forzada a respetarlas y cumplirlas todas y, precisamente por ello, ofrecer un frente alternativo 'débil' e 'ineficaz'.
¿Cómo responderá la opinión pública europea? ¿Se acomodará o se rebelará? ¿Asumiremos que somos la región más privilegiada del mundo y que ha llegado la hora de defenderla? ¿Lucharemos o nos dejaremos llevar? ¿Será una oportunidad para fortalecerse, o una puerta abierta a la decadencia definitiva? ¿Se convertirá la gente moderada, que es la inmensa mayoría, en radicalmente moderada, o se abandonará a los extremistas de turno? ¿Optaremos por lo difícil o por lo fácil?
Más que nunca constatamos que la paz, la democracia y el autogobierno son piezas de porcelana muy fina a lo largo de la historia, que exigen ser cuidadas con esmero, protegerlas de cualquier corriente de aire y asegurarlas bien en el centro de la mesa, no se vayan a caer.
Ese es hoy el auténtico dilema. Nos jugamos tanto...
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