Hace diez meses, Trump retomó la presidencia de Estados Unidos. Con el bando demócrata grogui, aprueba un Presupuesto con menores impuestos y pretende compensar ese ... más reducido ingreso interior con mayores aranceles a las exportaciones de Canadá, México, Brasil, India, Japón y Europa, que apuestan, con más o menos dignidad, por negociar y suavizar la andanada. Despliega una diplomacia del más fuerte, que funciona, salvo con China, que responde sin estridencias. En sus propias palabras, Pekín no quiere una guerra comercial, pero tampoco la teme. Su sistema autoritario, un todo único de Estado, partido y Gobierno, que funciona, le ha permitido planificar y liderar la extracción y explotación de las tierras raras, minerales críticos para el desarrollo futuro. Justo lo que Washington ha descuidado.
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Después de un primer encontronazo, ambas potencias acuerdan aranceles y encuentro de su líderes, aprovechando APEC, Foro de Cooperación Asia-Pacífico. Pero, unos días antes, Xi Jinping sorprende con nuevas reglas que endurecen el control de las exportaciones de las tierras raras y sus derivados a todo Occidente. Se anticipa para frenar el ímpetu del americano, que, poco acostumbrado a que le cambien el paso, cancela la cita, amenaza con un arancel adicional y aumenta la lista negra de empresas chinas vetadas para acceder a su tecnología. Después, la tensión se relaja y la cita se recupera porque ambas economías se necesitan. EE UU carece de las tierras raras que monopoliza su rival, mientras Pekín precisa, a su vez, los semiconductores occidentales, lo que exige una tregua, una pausa de un año, que relaja aranceles y da cierto entrada a la tecnología estadounidense a cambio de cierto acceso a las tierras raras chinas. Además, Xi reanuda la compra de soja americana. No hay comunicado conjunto y los líderes apenas hablan del acuerdo, porque el diablo puede estar en los detalles. Esta tregua puede permitirles mejorar sus carencias respectivas. China apostaba por fabricar en los años 60, reformar su economía en los 80 y por abrirse al mundo desde 2000, sobre todo tras entrar en la Organización Mundial de Comercio, lo que le ha permitido competir, pero sin cumplir todas las obligaciones. Durante muchos años ha copiado a la naïf industria occidental allí implantada, lo que le ha permitido avanzar con rapidez pero le ha privado de la vanguardia tecnológica de su rival.
Lidera el vehículo eléctrico, la infraestructura 5G y los componentes para la energía verde, pero no tanto la IA y los chips, tan críticos para el futuro. Consciente, apuesta por fortalecer ahora su industria de semiconductores. Conviene recordar que la globalización ha hecho de Asia la fábrica del mundo y reducido la industria occidental, pero EE UU conserva las grandes compañías, el liderazgo de los servicios y especialmente las mayores tecnológicas, que disparan su valor en bolsa. Por su parte, un incansable Trump reduce su dependencia, negociando la explotación conjunta de tierras raras ajenas con Ucrania, Argentina, Australia y Japón. Además, la pausa interesa porque ambos dirigentes tienen sus propios problemas que lidiar. El estadounidense busca reindustrializar su país, lo que puede traer más inflación. El campo se irrita porque no vende la soja. La economía y la bolsa le apoyan, aunque el empleo flojea. Por su parte, Xi Jinping, hijo de primer ministro, dirige su país con mano de hierro, expandiendo su economía e influencia en el mundo. Pese al arancel, crece, diversificando proveedores y exportaciones, a nuestra costa, pero cae su demanda interna y debe digerir el polvorín inmobiliario y el paro juvenil.
Más allá de la tregua, esta rivalidad se mantendrá hasta el nuevo equilibrio, porque el orden antiguo se ha ido para no volver. Por eso, el otro gran avispero reside en la gobernanza global, que para Xi debe ser más equilibrada, léase menos occidental. China ejerce de anfitrión del Sur Global y tras la reunión emerge, según 'Financial Times', como un par del poder norteamericano. Existe el riesgo de un bloque antiOTAN, nucleado por Xi y Putin, con Irán y Corea del Norte de compañeros para la guerra y con el Sur Global para la paz. Xi dice buscar la prosperidad mutua. Toda una invitación a que Washington, y también Europa, reconsideren el trato futuro a esta nueva potencia.
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Trump, que recupera el ensayo nuclear, busca centrarse en su país, pero parece encantado con su protagonismo internacional. Pronto visitará China y quizás descubra que no puede actuar en solitario. Puede ser un buen momento para valorar un acuerdo entre potencias, al estilo Tordesillas, que permita separar un poco a Xi de Putin. En todo caso, esta pelea de gallos no nos interesa porque limita la autonomía europea, cuyo defensor Macron pasa por su peor momento, mientras el alabado manual de Draghi cumple un año en la biblioteca.
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