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La negativa de Carles Puigdemont a negociar con el Gobierno los Presupuestos para 2025 y su exigencia de una reunión urgente en Suiza son los ... dos últimos desafíos a los que se enfrenta Pedro Sánchez con sus propios socios de legislatura, al tiempo que Junts insiste en que el presidente se someta a una cuestión de confianza en el Congreso para así poderle dar otro aviso. La precaria estabilidad en la que se asienta el Ejecutivo no solo resulta trabajosa, como relatan todos los ministros haciendo de la necesidad virtud. Resulta una anomalía democrática que el partido que gobierna el cuarto país de la Unión Europea y el propio Gobierno sean convocados a verse en otro extracomunitario con representantes de un partido político que forma parte de las Cortes Generales, del Parlamento de Cataluña y de administraciones locales porque su presidente, Puigdemont, necesite recordar que aún no ha sido amnistiado y continúa en su autoexilio europeo. Y afecta también a la confianza que los ciudadanos necesitan preservar respecto a la dignidad de esas mismas instituciones.
Cabe especular en torno al grado de inestabilidad al que Puigdemont y Junqueras, uno tras otro, someten el actual mandato de Sánchez como si fuera un martirio. El rompecabezas de la legislatura es muy complejo y no se vislumbra una mayoría alternativa porque una eventual suma entre el PP y Vox no tiene aliados en el Congreso. Mientras tanto, Puigdemont eleva la exigencia hasta el límite, lo que amenaza con desestabilizar el bloque de la investidura. La colisión entre Junts y ERC condiciona la estrategia de la mayoría que hizo presidente a Sánchez y asienta la polarización. Tiempos en los que únicamente se repara en el desgaste demoscópico que afecta a unas u otras siglas y no en la fricción continua que tiende a desacreditar –y en esa medida a deslegitimar– las instituciones. Sánchez podría prescindir de unos Presupuestos actualizados para 2025 mediante una prórroga que seguiría haciendo virtud de la necesidad para impedir que una alianza PP-Vox se abra paso. Pero con ello no evitaría una demonización del adversario político, la constatación general de que la legislatura no termina de despegar y sigue atrapada por un bucle de intereses tácticos imposible de superar. La agónica convulsión reivindicativa del soberanismo catalán que simboliza Junts empieza a revelarse más como un lastre insufrible que como un compañero de viaje fiable.
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