Prevenir los conflictos
La concatenación de huelgas en el sector público exige un mayor diálogo social para encauzar las diferencias y conciliar intereses
La concatenación de huelgas en el sector público vasco augura un otoño caliente que ha provocado la inquietud en determinados ámbitos políticos y económicos. Sin ... caer en la exageración cabe decir que estamos ante un diagnóstico preocupante que requiere de una mayor mesura y contención, sin simplificaciones absurdas. Objetivamente, los datos del sector público en Euskadi son mejores que la media española y no explican determinadas respuestas viscerales ni tampoco justifican convertir las huelgas, que son instrumentos legales y legítimos para exigir reivindicaciones, en fines en sí mismos. No es el camino.
El trabajo en la función pública es percibido de forma positiva en amplios sectores de la ciudadanía vasca, que envidan sus condiciones laborales a pesar de los niveles de temporalidad, que son elevados. Los sindicatos esgrimen para justificar los paros una pérdida del poder adquisitivo del 20% y una temporalidad del 44%. De hecho, solo en este trimestre hay convocadas 25 jornadas de huelgas, la mitad de los días laborales excluida la semana de Navidad. El lehendakari Iñigo Urkullu ve detrás de esta proliferación de protestas una estrategia de desgaste político instigada desde ELA y EH Bildu. Sea o no una operación coordinada, lo cierto es que sorprende el número de movilizaciones y la virulencia de algunas de ellas. Más allá de la búsqueda de culpables y del señalamiento de responsabilidades, que es el ejercicio siempre más sencillo, es momento de afrontar con madurez una mirada sobre los problemas que aquejan al sector público vasco, fruto también de su dimensión, y de un nuevo tiempo tras la pandemia y los efectos de la guerra que están condicionando las reglas de juego.
Es momento de realizar una reflexión seria sobre las causas reales de esta elevada conflictividad en Euskadi, alentada por un sindicalismo de confrontación que utiliza este tipo de oposición como un ariete para justificarse como 'contrapoder' frente a las instituciones. Los conflictos son consustanciales a una sociedad democrática moderna, compleja por naturaleza, en la que hay que explorar mecanismos de equilibrio y arbitraje para gestionar esas contradicciones sin necesidad de salidas traumática y rupturistas que afectan a mayorías sociales. Las soluciones no se improvisan, hay que trabajarlas con discreción, diálogo y tiempo. No vale después lamentarse.
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