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Sentirse o ser discriminado es la intolerable realidad que han sufrido en algún momento casi dos de cada diez personas en Euskadi. Por muy distintas ... razones. De género, pensamiento, físicas, orientación sexual o étnicas. En muchas ocasiones, son ataques invisibles en la búsqueda de empleo y vivienda, o en las mismas relaciones cotidianas en la calle, pero de consecuencias muy dolorosas para los afectados. Aunque casi sería mejor decir afectadas. La discriminación castiga más a las mujeres en el País Vasco, según el estudio realizado por el Observatorio de la Inmigración-Ikuspegi sobre la lacra de la intolerancia. Ellas son el colectivo en el que persiste en mayor medida la desigualdad. Una de cada cuatro vascas (23,3%) declara haber sufrido algún episodio discriminatorio en el último año frente al 9,4% de los hombres. Una situación que exige elevar la guardia, especialmente con los colectivos en riesgo de quedar injustamente estigmatizados.
También por su acento o color de piel. Aquí entran las comunidades procedentes de otros países y las poblaciones de etnia gitana. Ellos son con claridad los grupos que más sufren la exclusión en la convivencia diaria, especialmente notoria en el acceso al mercado laboral y a la hora de encontrar una casa digna. Sin embargo, la denuncia no acaba de consolidarse como un recurso habitual para corregir la situación. Apenas se utiliza en el 16% de los casos detectados, un escaso uso que pone el foco en la necesaria eficacia de la Justicia para devolver la sensatez que falta en algunos capítulos de nuestra vida en común.
Euskadi, tradicionalmente una comunidad emigrante y también de acogida a raíz de su desarrollo, ha mejorado su tolerancia con el mestizaje. El peso de la realidad se impone en un País Vasco cada vez más sustentado en la inmigración, ya sea por su creciente llegada, por su aporte en la mejora de una precaria natalidad y para sostener el mercado laboral. Sobre todo en aquellos puestos no tan queridos por la población autóctona, pero esenciales para la economía. Y es una sociedad en transformación que conserva un profundo sentimiento de arraigo, más acusado en el caso de Álava. No es casualidad que la política les mire con una atención renovada –los extranjeros son además los únicos que aprueban a los poderes públicos–. Pero el gesto no debe quedarse en pose. El acceso de nuevos vascos a puestos de liderazgo en Euskadi consolidará la diversidad. Se llame Hassan o se apellide Popescu. Y eso es un reto de verdad.
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