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El 30 aniversario del asesinato de Gregorio Ordóñez que se cumple hoy supone una oportunidad para reivindicar la valentía de su compromiso contra el terrorismo ... de ETA en una sociedad vasca amordazada por el miedo. El que fuera primer teniente de alcalde de San Sebastián actuó con coraje, rompió moldes, supuso un revulsivo de acción y empatía en la política tradicional y sacó al centro-derecha no nacionalista de las catacumbas. Su asesinato fue un mazazo en aquella sociedad traumatizada aún por los siniestros años de plomo a las 48 horas de la fiesta de la tamborrada. Marcó un punto de inflexión al extender el acoso a los representantes no nacionalistas de la ciudadanía. Se trataba de 'socializar el sufrimiento', como se recogía en la ponencia Oldartzen, con la que ETA pretendía imponer la intimidación. Tras los brutales asesinatos solo quedaba los rastros del dolor inútil y absurdo. El 'proyecto' que anidaba la estrategia del exterminio era negar el pluralismo de Euskadi.
El impacto en la izquierda independentista, que había construido una burbuja, fue paulatino. Hasta entonces no había cuestionado ningún atentado etarra. La huida hacia adelante tuvo efectos más a la larga. El atentado fue rechazado por la portavoz municipal de HB en San Sebastián, Begoña Garmendia, la única voz de esa formación que se desmarcó del asesinato por una cuestión de conciencia. El resto de sus compañeros permaneció en silencio. ETA comenzó a extender el terror hacia nuevos objetivos y respondía así al aislamiento político de la izquierda abertzale fijado por el Pacto de Ajuria Enea en su empeño por deslegitimar al terrorismo. A partir de entonces ya no solo atacaba a uniformados y empresarios, también lo empezó a hacer contra políticos, jueces, funcionarios de Justicia y periodistas. La rebelión social comenzó entonces a gestarse con mayor fuerza.
La movilización contra aquel atentado, como después contra el asesinato del socialista Fernando Múgica, marcó el embrión de la respuesta ciudadana de Ermua tras el secuestro y crimen de Miguel Ángel Blanco en 1997. El fin del terrorismo tardaría aún y llegaría en 2011. Solo falta que quienes en su momento lo justificaron y exculparon sean valientes y reconozcan la atroz injusticia que supuso. Solo entonces, desde la reivindicación necesaria de la memoria para las futuras generaciones, daremos un paso real hacia la convivencia. Para pasar la página del pasado primero hay que leerla. Y, a poder ser, en voz alta.
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