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Ducha de agua helada

Los efectos de la crisis catalana enfriarán las pulsiones secesionistas pero también complican una reforma constitucional

Alberto Surio

San Sebastián

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Domingo, 19 de noviembre 2017, 11:41

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La sensación de desplome del procés catalán va a condicionar, tarde o temprano, a quienes en Euskadi pretenden emular la vía unilateral hacia la independencia. Un sector del nacionalismo vasco ha visto con excesivo mimetismo el proceso soberanista ensayado en Cataluña con una frivolidad sorprendente, pero ahora se muestra desconcertado cuando este último da síntomas de querer revisar su táctica tras la inviabilidad evidente de la Declaración Unilateral de Independencia y el ridículo que se está haciendo. Sobre todo, ante las consecuencias que se atisban en el horizonte, determinantes para evidenciar que la vía del derecho unilateral de secesión no tiene ningún recorrido en la Europa democrática.

Los paralelismos entre Euskadi y Cataluña han sido forzados. En el País Vasco, los años de violencia terrorista han supuesto una indiscutible vacuna. Tras años de presión rupturista, una parte importante de la sociedad agradece los proyectos que garanticen el pacto, la estabilidad y la seguridad. La dirección jeltzale sabe que cualquier frentismo que pudiera reabrir la caja de Pandora de la convivencia está condenado de antemano al fracaso. Si se plegó velas cuando no se aceptó la tramitación del Plan Ibarretxe, es porque el nacionalismo institucional vasco, que tiene un acentuado instinto de conservación del poder, comprobó cuál era la relación exacta de fuerzas y supo entender que, entre otras cosas. se ponía en riesgo el Concierto.

Esto no quiere decir que Euskadi haya dejado de ser una sociedad con una mayoría sociológica nacionalista o que el respaldo ciudadano al derecho a decidir ya no sea hegemónico. Ahora bien, los políticos deben valorar también los cambios de contexto e introducir variables de oportunidad y racionalidad para tener una visión en perspectiva y evitar las situaciones límite; no sólo están para alimentar sueños poéticos que terminan encallando. Y también deben ser conscientes de los efectos que conllevan ciertos movimientos. La deriva del conflicto catalán va a tener consecuencias nefastas para el conjunto de Cataluña, sin duda, pero también a medio plazo para los intereses del nacionalismo.

Por un lado, el principio de realidad va a enfriar las expectativas soberanistas y la pulsión sobre el derecho a decidir. No se puede poner en marcha un proceso hacia la independencia sin calibrar previamente los costes económicos y políticos. No se puede activar de forma unilateral un proceso hacia la autodeterminación sin analizar previamente la resistencia de la Unión Europea, que nació en su día para la integración política de soberanías, no para la disgregación en un continente traumatizado por los nacionalismos después de la Segunda Guerra Mundial. La realidad se ha impuesto como una ducha de agua helada.

En este contexto, resulta francamente difícil que la Comisión creada por el Congreso para evaluar el modelo autonómico vaya a poder plantar las bases de una futura reforma constitucional. El marcaje 'nacionalista' de Ciudadanos resta margen de maniobra a Rajoy. El bloque entre los nacionalistas y Podemos a favor de un proceso constituyente está en las antípodas de las tesis que manejan los sectores más reformistas del PP y del PSOE, conscientes que el diseño territorial necesita una reconstrucción seria. La reforma constitucional necesitaría una mínima lealtad y con el proceso catalán esta ha saltado por los aires espectacularmente. Ahora toca ir cerrando las heridas abiertas, pero va a costar tiempo reconstruir los puentes de la complicidad perdida. Si el 23-F fue el preludio de la Loapa, la gravedad de la fallida secesión de Cataluña alimenta muchas desconfianzas. Ese es el lamentable resultado de este despropósito, que restringe las condiciones para iniciar a fondo una reforma de España en clave plurinacional. El nacionalismo español sale absolutamente reforzado tras esta operación. Sin duda, un 'brillante' triunfo estratégico de los ideólogos del procés.

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