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Decidir para mejorar

En el siglo XXI la ciudadanía decide. La realidad solo parece ser del color con el que se mira. Su policromía se garantiza con empatía, reconocimiento y respeto

Izaskun Bilbao Barandica

Jueves, 1 de enero 1970

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Para La banalización del debate político propicia que un debate del calado del emprendido sobre la reforma de nuestro sistema de autogobierno y el llamado 'derecho a decidir' se sirva en blanco y negro. Ese guirigay tan peligroso oculta que el mundo global, el proceso de construcción europea, ha transformado los conceptos de Estado, nación, soberanía o independencia que algunos agentes políticos petrifican. La creación de la Federación Europea que necesitamos se atasca en estados que no asumen que son demasiado grandes y escleróticos para llegar abajo y demasiado pequeños para enfrentar solos los retos globales. Este es el nacionalismo que critican los mandatarios europeos.

La «especialización inteligente» que vertebra los programas europeos que apoyan la economía real pivota sobre la asociación de actores eficientes con conocimiento y voluntad de trabajar juntos, independientemente de su condición nacional o estatus político-administrativo. Es más eficiente que las trabas que impone la cultura corporativa de los viejos estados. En muchas capitales el «interés nacional» importa más que el desarrollo sostenible, la economía circular o la reducción de gases efecto invernadero. Que las personas.

 En este escollo encallan también el mercado único digital, el de la movilidad o el drama de la inmigración. En este caso quienes se sientan en la mesa del Consejo Europeo para 'resolver' se ocupan del control de las fronteras y los visados. Pero las competencias y recursos para atender las necesidades materiales y propiciar la integración de los 'nuevos europeos' están en otras manos. Ese trabajo, o se planifica y ejecuta con participación local y regional, o no se producirá.

Por eso el debate sobre el derecho a decidir y modernizar conceptos del pasado que no funcionan en el mundo global es actual y es europeo. Y por eso lo impulsamos desde las primeras décadas del siglo pasado quienes jamás hemos gestionado fronteras. El PNV, que celebró el Aberri Eguna ya en 1933 bajo el lema 'Euskadi Europa', siempre ha creído que el federalismo europeo, por abierto, democrático y basado en la libre adhesión, es una vía válida para resolver el problema de las naciones sin estado europeas.

Por eso el manifiesto que aprobó el EBB del PNV con motivo del 60 aniversario del Tratado de Roma, en cuya génesis se implicó este partido desde los 'Nuevos Equipos Internacionales', insiste «en una refundación del concepto 'Estado' que facilite la suma voluntaria de personas y sociedades que debe ser Europa. Los resultados de esa forma experimental de reinventar la soberanía, en la que llevamos trabajando décadas, han dado origen a lo que hoy somos: una realidad nacional con un particular sistema de federalismo fiscal y capacidad real para intervenir en la realidad en los ámbitos en los que dimensión, conocimiento y proximidad nos hacen más útiles. Una singularidad reconocible en Europa, con identidad y prestigio. Profundizar en esta estrategia, modernizarla, mejorarla, nos mantendrá en el territorio de la innovación política, el liderazgo y el humanismo que nos demanda la sociedad vasca, que suma en Europa, que fue la base del éxito de los 'Padres Fundadores' y que hoy necesita, más que nunca, el proyecto europeo.

Frente a esa formulación, necesaria y actual, asentada en el legítimo derecho a decidir, produce verdadera melancolía la alusión a que las propuestas innovadoras «no caben en la ley» y la amenaza de responderlas con el Derecho Penal. Quienes recitan o edulcoran, con alambicadísima prosa, eslóganes tan vacíos aparentando que argumentan, aplicando esa lógica habrían encarcelado a Robert Schuman. No en vano, propuso y sacó adelante la gestión mancomunada del carbón y el acero entre las grandes potencias europeas. Una idea revolucionaria y completamente ajena al orden constitucional, las leyes y las notas que caracterizaban, en la época, las soberanías nacionales. Hoy y aquí algún juez con ganas de medrar hubiese procesado al promotor de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, CECA, por alta traición por pactar con potencias extranjeras un proyecto «ilegal». Estas actitudes, en suma, hubiesen abortado una de las decisiones más innovadoras y cargadas de futuro de las adoptadas en el siglo XX.

Conceptos y maneras tan antiguas apuntalan un modelo que periclita: el de los estados nación del siglo XIX. Lo defienden quienes consideran España y nación binomio inmutable, los que miran con las gafas-troquel de convertir en españoles a personas muy diversas, al margen de su voluntad y sentimientos. Tales anteojos son un espejo retrovisor. Proponen modelos políticos ya padecidos y célebres no precisamente por modernos, democráticos, eficientes, ni felices. En el siglo XXI la ciudadanía decide. La realidad solo parece ser del color con que se mira. Su policromía se garantiza con empatía, reconocimiento y respeto. Las bases del acuerdo, necesariamente transversal, que propiciará una evolución inaplazable.

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