
Corrupción y autoritarismo sublevan las calles serbias
El desenlace dependerá de la capacidad de resistencia en el tiempo y de su articulación en políticas concretas de las protestas
Martín Alonso Zarza
Domingo, 2 de febrero 2025, 01:00
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Martín Alonso Zarza
Domingo, 2 de febrero 2025, 01:00
La economía de la atención es uno de los condicionantes de lo noticiable, la probabilidad de que algo se convierta en noticia. Hasta hace dos ... décadas Fleet Street era una metonimia de la prensa británica y una regla aseguraba que el que algo se convirtiera en noticia dependía de su distancia a dicha calle londinense. Con las nuevas tecnologías otros criterios han desplazado el factor de la distancia geográfica. La primavera pasada los medios se ocuparon con razón de las protestas propalestinas en universidades norteamericanas. Sin embargo, raramente se han hecho eco de las que están teniendo lugar en Serbia desde finales de noviembre; los quince minutos balcánicos no han merecido tampoco un eco comparable al de las catorce rosas de Nueva Orleáns.
Decenas de miles de personas pasaron la Nochevieja en las calles protestando contra el régimen autoritario y corrupto de Aleksandar Vucic, presidente del país. A quince minutos de silencio con los móviles encendidos siguieron quince minutos de ruidos. Se repetía en multitud de banderolas una mano roja, a veces reforzada con palabras: «Vuestras manos están ensangrentadas». El mensaje alude a las quince personas muertas al derrumbarse la marquesina de la estación de Novi Sad el 1 de noviembre. El hundimiento obedeció a las mordidas relacionadas con la mala calidad de la construcción, llevada a cabo por compañías estatales chinas. El día 5 tuvo lugar una de las mayores manifestaciones en la capital de la Voivodina; desde entonces cada viernes a las 11.52 horas los manifestantes bloquean la circulación de las principales arterias de Novi Sad durante 15 minutos en recuerdo de las víctimas. Los estudiantes ocupan las facultades desde el 25 de noviembre. El movimiento universitario se extendió hasta alcanzar a más de la mitad de las facultades de las universidades públicas. Los estudiantes exigen la publicación de la documentación relativa a las obras de la estación, el enjuiciamiento de los ministros responsables de la tragedia –que le costó esta semana el cargo al primer ministro, Milos Vucevic– y de los individuos que han agredido a los estudiantes en las protestas, así como la dimisión de Vucic.
La protesta estudiantil confluyó con la que ya venían articulando agricultores y ecologistas contrarios a la explotación del litio por la empresa Rio Tinto con el acuerdo de la Unión Europea –y la responsabilidad consiguiente–. Profesores, artistas, estudiantes de instituto o abogados, que defienden gratuitamente a los detenidos, se han sumado a las protestas. También han llegado apoyos de países vecinos. Han confluido así un amplio abanico de organizaciones, movimientos de la sociedad civil, de derechos humanos... A resultas de esta confluencia unas 100.000 personas abarrotaron las calles el 22 de diciembre.
La mano ensangrentada denota que la corrupción mata; y también pervierte, como ocurre con los escándalos de compra de diplomas y plagio de doctorados de altos cargos. La corrupción es el síntoma de una degradación institucional que se expresa en prácticas mafiosas, iliberales y autoritarias. De ello dan una pista las amistades del régimen serbio: Trump, Putin, Netanyahu, la extrema derecha europea, China, Emiratos... Pero se manifiesta sobre todo en las prácticas intimidatorias: represión contra las protestas y detención de activistas, grupos de enmascarados que agreden a los manifestantes, contraorganizaciones –como Kopacemo, impulsora de la mina, contra Ne Damo Jadar, contraria a ella–, llamadas a las familias, espionaje electrónico de activistas, amenaza de enviar a las unidades militares Kobra, acusaciones de 'vendidos', 'antiserbios' o 'lacayos de la CIA' –a colectivos de larga trayectoria como Mujeres de Negro–. Otras medidas como una reforma para endurecer el Código Penal o el empeño en eliminar los vestigios de la lucha antifascista y el pasado socialista –el viejo puente sobre el Sava o el hotel Jugoslavija– se inscriben en el mismo patrón.
Una carta abierta de 180 profesores de la Universidad de Belgrado a finales de noviembre recordaba: «Hace más de cinco años avisamos de que Serbia estaba a punto de convertirse en una dictadura. Desgraciadamente, parece que se ha hecho realidad». La reacción masiva de la ciudadanía muestra que nada es irreversible y que esos jóvenes, a menudo considerados apáticos, han conseguido poner contra las cuerdas a un régimen corrupto, cuya legitimidad fue puesta en cuestión por las anomalías que rodearon las elecciones de 2023. El desenlace dependerá de la capacidad de resistencia en el tiempo y de su articulación en políticas concretas de las protestas; así como del comportamiento del poder judicial, por un lado, y de la posición del ejército y las élites vinculadas al poder y a las mafias que se benefician de la corrupción, por otro. El alcance del desenlace es innegable; no solo para los Balcanes. Y digno de atención. En especial en la UE, por lo que le toca y porque Serbia aspira al ingreso.
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