¿Invertir en paz? No, gracias
No soy partidario de la ciencia ficción, pero si todas las partes implicadas en la guerra de Ucrania hubieran aprovechado para invertir en la paz, quizá no estaríamos viviendo una situación como la actual
Desde hace unas semanas se nos está anunciando una gran ofensiva del ejército ruso en Ucrania, razón por la cual Zelenski lleva insistiendo en la ... necesidad de un envío rápido de tanques, aviones y misiles de largo alcance. Sólo así podría ser detenida. No sé si esa operación está ya en marcha, mas, en efecto, puede ser que, en el aniversario del año de la incursión o con la llegada de la primavera, las tropas del Kremlin piensen en nuevos avances. Sobre todo, si tenemos en cuenta que hace unos meses se cambió el texto constitucional para incorporar nuevas provincias que, paradójicamente, no controlan. En este sentido, la pérdida de Jersón ha sido un duro golpe para Moscú y de ahí que necesite dar un golpe de fuerza sobre el terreno para lograr, al menos, controlar esas cuatro regiones. Ucrania, obviamente, aspira a resistir y para ello necesita todo este armamento. Estamos en una etapa de la conflagración en la que ambos rivales quieren ganar posiciones con vistas a unas posibles negociaciones. Negociaciones, por otro lado, que no sé si se están produciendo o, en caso afirmativo, a qué nivel. El intercambio de prisioneros me hace pensar que hay algún tipo de contacto, aunque no sé con qué grado de profundidad y alcance. No sería extraño, pues, hasta en los momentos críticos de la guerra de Vietnam, hubo conversaciones. Ignoro qué está pasando en este plano, puesto que, desde las primeras reuniones al comienzo de la contienda y los esfuerzos de Erdogan por llegar a un arreglo, no hemos vuelto a ver en público a los comisionados sentados en una mesa. Es por ello que mucho me temo que la diplomacia está muy lejos de cumplir su cometido. Desde mi punto de vista, nos encontramos ante su fracaso total. Es como si el alargamiento de las hostilidades fuera algo inevitable y que, por lo tanto, estuviéramos aún en la fase de las armas. ¿Pero hasta cuándo?
Hasta la fecha, la UE ha prestado un apoyo decidido a Ucrania. Hablamos de unos 67.000 millones de euros en ayuda humanitaria, económica y militar, que puede aumentar sensiblemente si, como se ha dicho, el conflicto se prolonga. A esta abultada cifra habría que añadir, incluso, el sobrecoste derivado de la ofensiva, es decir, la inflación que estamos padeciendo y, en consecuencia, la pérdida de poder adquisitivo de la mayoría de la población. Por último, habrá que ver lo que nos cuesta a los europeos de la UE la reconstrucción de Ucrania, de forma que, cuanto más tiempo pase, el grado de ruina será mayor. Porque, si bien se ha planteado alguna vez sufragarla con los activos rusos bloqueados en Occidente, pienso que esa solución jurídicamente parece difícil de llevarse a cabo. ¿En qué medida unos bienes privados pueden ser expropiados sin el consentimiento de sus propietarios para ser invertidos en rehacer las infraestructuras ucranianas cuando la decisión de atacar Ucrania ha sido política? Me temo que eso no será nada sencillo si consideramos que una acción tal sería un ataque al derecho a la propiedad. De suerte que presumo que los ciudadanos comunitarios tendremos que cargar con una buena cuota de dicha recuperación, en especial, si Ucrania, como pretende, termina por entrar en el club. Por supuesto, no seremos los únicos. De la misma manera que Reino Unido o Estados Unidos están asimismo prestando un soporte milmillonario a Kiev ahora, lo harán igualmente después. A este respecto, supongo que algunas grandes empresas, de hecho, se estarán frotando las manos pensando en los pingües negocios que se avecinan.
Por eso, y llegados a este punto, convendría interrogarse sobre qué habría pasado si se hubiera dedicado siquiera un pequeño porcentaje de todo ese dineral gastado en construir la paz tras el golpe de Estado de noviembre de 2013 contra el presidente Yanukóvich y la consiguiente anexión de Crimea. Quiero recordar aquí que en 2014 y 2015 hubo dos oportunidades para haber procurado arbitrar una posible solución. Me estoy refiriendo a los acuerdos de Minsk I y II. El primero de ellos fue firmado por representantes de Ucrania, la Federación Rusa, la República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk el 5 de septiembre de 2014 y el segundo el 12 de febrero de 2015 por los gobernantes de Alemania, Francia, Rusia y Ucrania. Los objetivos principales eran poner término a la guerra del Donbás, la retirada de armas pesadas y la reforma constitucional que garantizara la autonomía de Donetsk y Lugansk y profundizara en la democracia ucraniana, hasta entonces muy deficiente. Nada de esto se hizo y hoy en día estamos inmersos en una conflagración a la que no se ve fin. Evidentemente, no soy partidario de la historia-ficción, pese a que no descarto que, si todas las partes implicadas hubiesen aprovechado ambos convenios para invertir en la paz, creando estructuras, instituciones y sinergias verdaderamente democráticas, quizás no estaríamos donde estamos actualmente. Porque la paz también requiere hacer inversiones, pero, claro, ¿realmente importaba en este caso? ¿O los intereses pro-bélicos eran tan fuertes que precisaban de un conflicto?
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