
La hora de Europa
Con Donald Trump a la cabeza, Estados Unidos ha dejado de ser un socio fiable y es preferible asumirlo desde ya
Historiador y politólogo. Catedrático de Universidad
Lunes, 18 de noviembre 2024, 01:00
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Historiador y politólogo. Catedrático de Universidad
Lunes, 18 de noviembre 2024, 01:00
Cuando en 2016 Donald Trump ganó las elecciones se pensó que su mandato sería un paréntesis en la historia de los Estados Unidos. Especialmente, teniendo ... en cuenta lo caótico del personaje. Esto pareció confirmarse en los comicios de 2020, cuando Joe Biden consiguió derrotarlo en votos populares y electorales. Es como si la pesadilla, después del fallido golpe de Estado, hubiese pasado. Sin embargo, nada más lejos de la realidad, pues la contundente victoria de Trump frente a Kamala Harris lo que viene a decirnos es lo contrario, que ha sido la Administración Biden el mencionado inciso. No voy a analizar aquí las causas del fracaso de Harris, si bien conviene señalar que el Partido Demócrata tiene un serio problema de liderazgo y de conexión con el electorado. Por su parte, los republicanos han conseguido los siete estados clave, con las mayorías del Senado y de la Cámara de Representantes, al tiempo que controlan el Tribunal Supremo. Lo que quiere decir que Trump podrá gobernar a placer, pues el equilibrio de poderes del que tanto habló en su día Montesquieu, y que la Constitución de 1787 recogió perfectamente, puede verse en entredicho. También hay que decir que este Partido Republicano es el partido trumpista y que poco tiene que ver con la formación con la que gobernaron Reagan o los Bush. En verdad, ha sido vampirizado por Trump, aunque hay que reconocerle una virtud: ha sabido llegar a sectores de la población (latinos y afroamericanos) que hasta hace poco le daban la espalda. Si según Steven Levitsky y Daniel Ziblatt ('La dictadura de la minoría', 2024, p. 213), el Partido Republicano sólo accedería al gobierno cuando dejara de ser un partido de blancos y aceptara el hecho multirracial, ¿tenemos que pensar entonces que ha sido precisamente el multimillonario quien ha obrado el cambio? Sea como fuere, lo cierto es que, en estos momentos, los demócratas están en shock, mientras el trumpismo está mejor organizado y con cantera para la era post-Trump. De ahí que no quepa hablar de un paréntesis, sino de un largo invierno en el que Europa tendrá que tomar decisiones importantes.
Por de pronto, con Trump a la cabeza, Estados Unidos ha dejado de ser un socio fiable y es preferible asumirlo desde ya. Todos los informes, incluido el último de Mario Draghi, lo llevan advirtiendo desde hace tiempo: si Europa quiere ser un jugador de primera en el nuevo tablero internacional, tendrá que hacer un enorme esfuerzo económico y militar, porque si no, está condenada a una posición secundaria y a los caprichos de un individuo como Trump. Ha llegado la hora de tomar las grandes decisiones. Así lo habrían entendido el premier británico Keir Starmer y el presidente francés Emmanuel Macron, quienes recientemente celebraron juntos en París el fin de la Primera Guerra Mundial, emulando la visita de 1944 de Winston Churchill a De Gaulle. Ambos mandatarios abogaron por que Europa diera un paso adelante ante los movimientos imprevisibles de Trump, más interesado en las guerras comerciales que en los compromisos de Estados Unidos con el continente en el seno de la OTAN. Como bien ha señalado recientemente el ministro de Defensa francés Sébastien Lecornu, es primordial «construir una agenda de soberanía y de autonomía estratégica europea». O sea, despegarse progresivamente del paraguas norteamericano y fijar unos objetivos propios, los cuales no deben coincidir siempre con los de la Casa Blanca. Es necesario dejar de hacer seguidismo de Washington y que Europa marque su propia hoja de ruta. En mi opinión, el retorno de Trump nuevamente a la presidencia es una oportunidad, un reto que vale la pena emprender.
Pero no soy un ingenuo y, a bote pronto, se me ocurren tres obstáculos de enorme envergadura para que pueda llevarse a cabo. El primero sería de índole económico, pues supondría dedicar un porcentaje mayor del PIB a cuestiones militares, lo que podría ir en detrimento del gasto social. ¿Estamos los europeos preparados para aumentar el presupuesto en defensa, cuando durante décadas hemos estado protegidos por las tropas norteamericanas? El segundo problema que veo es que, hoy en día, carecemos de grandes líderes capaces de iniciar este camino. Personalmente, yo echo mucho de menos a Ángela Merkel, por ejemplo. Ahí tenemos a un Macron con muchas ínfulas, pero completamente desacreditado por los resultados que obtuvo en las últimas votaciones. Por su parte, Starmer no es un político carismático y encima Reino Unido no pertenece a la Unión Europea, con lo que su capacidad de maniobra es menor. ¿Y qué decir del canciller Scholz, en plena retirada y al frente de un SPD que sólo aspira a quedar segundo en las presidenciales de febrero? Y, por último, hay una serie de dirigentes que aspiran a ganarse el favor de Trump y que van a estar dispuestos a dorarle la píldora cuanto sea posible. Los casos de Víctor Orbán y Giorgia Meloni son claros. Pese a todo, merece la pena que Europa vaya pensando en emprender su propio camino para hacer oír su voz, e incluso intermediar, en el actual escenario mundial.
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