Esperanza para Oriente Próximo
Hacía tiempo que no recibíamos buenas noticias de esta parte del mundo, pero el pasado viernes salió a la luz un acuerdo trascendental: el firmado ... entre los representantes de Irán y Arabia para retomar sus relaciones diplomáticas. Tras dos años negociando de forma discreta, primero en Bagdad y después en Omán, el anuncio fue dado a conocer en Pekín. Y, desde luego, no es casualidad, ya que es preciso tener en cuenta la escenografía. Primero, el lugar en que ambos delegados se estrecharon las manos era la capital china, justo en el marco de la celebración de la Asamblea Popular Nacional, el máximo órgano legislativo de ese país. En dicho cónclave Xi Jinping se ratificó como el presidente más poderoso de China desde Mao. El supremo líder acababa de reivindicar un papel sobresaliente en la política internacional y este convenio es una prueba evidente de ello. A este respecto, es indudable que, por su peso económico, político y militar, la República Popular lleva años impulsando su presencia en el tablero mundial.
A través de los contactos comerciales, su penetración en África, Sudeste Asiático, América Latina o Europa han fortalecido su posición, lo que tensiona enormemente sus lazos con Estados Unidos. Si empezaron a flaquear en tiempos de la Administración Obama, que vio cómo el giro hacia el Lejano Oriente debía ser clave en su política exterior, se tensionaron mucho en tiempos de Trump. Ahora, con Biden y la guerra de Ucrania de por medio, nada hace pensar que la cosa vaya a mejor. Así, el viaje de Nancy Pelosi a Taiwán el pasado verano fue un ejemplo. Aunque de momento no se vea en el horizonte, que el ministro de Exteriores chino hablara hace unos días de una posible confrontación abierta con Washington la convierte en una probabilidad.
Y, segundo, hay que apuntar algo del diplomático chino que escenificó la reconciliación. Me refiero a Wang Yi, una figura clave en el actual panorama internacional. Con formación en China y Estados Unidos, no sólo fue embajador en Japón, sino también ministro de Relaciones Exteriores. Con una larga experiencia a sus espaldas, es el director de la Oficina de la Comisión Central de Asuntos Exteriores del Partido Comunista, es decir, un personaje clave dentro del organigrama del poder chino y su protagonismo en las últimas semanas ha sido absoluto. En la reunión de la Conferencia de Seguridad de Múnich de febrero, fue el encargado de dar a conocer la nueva de que Pekín iba a desvelar un plan de paz para el conflicto de Ucrania y ahora ha sido él quien se ha hecho la foto junto al asesor de seguridad nacional saudí y el secretario del Consejo de Seguridad Nacional de Irán para informar sobre este trascendental compromiso.
Cuando EE UU ya no considera prioritaria la región, salvo en lo que atañe a la defensa de Israel, China y Rusia han jugado sus bazas. Tal es así que el pacto ha causado un enorme malestar en Tel Aviv, que lleva años tratando de tejer una alianza internacional contra Irán, sazonada con constantes ataques en territorio iraní. La división religiosa entre el sunismo (encarnado por Riad) y el chiísmo (por Teherán) siempre ha jugado a favor de la causa israelí y en detrimento del mundo musulmán, que se encuentra desgarrado desde hace décadas por esta división sectaria. Porque cuando Jomeini llegó al poder en Irán en 1979, los lazos con Arabia se deterioraron sensiblemente. Los ayatolás habían logrado echar, con su revolución, al antiguo sah de Persia, lo que podía ser un mal augurio para la casa de Saúd.
Con el dinero obtenido con la venta del petróleo, ambas teocracias buscaron ganar sus propias áreas de influencia. La ruptura total, sin embargo, no vino hasta 2016, cuando, a resultas de la ejecución de un alto clérigo chií en Arabia, una masa enfurecida atacó la embajada árabe en Teherán. Para entonces la zona estaba incendiada con dos contiendas civiles de envergadura, las conflagraciones de Siria y de Yemen, donde ambas potencias han apoyado a bandos distintos. Por lo tanto, el acercamiento entre Arabia e Irán puede suponer un paso muy importante para la estabilidad de Oriente Próximo. Sobre todo, si permite una tregua en Yemen que ponga fin a esa sangría y si la Siria de Bashar al-Asad consigue lograr la paz y comenzar con paso firme su reconstrucción. Así, Arabia, tradicional aliado de los Estados Unidos, parece dar un giro en su política exterior, alineándose con los regímenes autoritarios y acercándose más a China y Rusia, sus auténticos paladines. Habrá que ver cómo reaccionan Washington, cuyas conexiones con Riad no son las mejores hoy, y Tel Aviv, con un primer ministro, Netanyahu, pendiente de juicio y con manifestaciones constantes en su contra por la temeraria reforma judicial que quiere implantar. Es indudable que se presenta una gran oportunidad para la esperanza.
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