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Terminada la Segunda Guerra Mundial, los países de la Europa Occidental decidieron poner en marcha un formato de Estado muy distinto al liberal, que había predominado durante los siglos anteriores, el Estado del Bienestar. Las teorías económicas de Keynes y los dos informes de Beveridge ... sirvieron como marco teórico para ello. Así, lo primero que hicieron los laboristas al ganar las elecciones de julio de ese año fue ponerse a ello, sirviendo, en buena medida, de modelo al resto de democracias europeas. Esta novedosa concepción del Estado se caracterizaba por su fuerte intervencionismo y por un elevado gasto público, dedicado, eso sí, a materias como sanidad, educación, universidad y numerosas prestaciones sociales para la mejora de vida de la gente.
No obstante, en una Europa exhausta por la conflagración, de sus asuntos militares y de su defensa se encargarían los Estados Unidos a través del Tratado del Atlántico Norte. No en vano, han sido los norteamericanos lo que hasta ahora han llevado el peso económico de esta alianza. Y digo hasta ahora porque Trump ha advertido de que los integrantes de la OTAN deberían gastar el 5% de sus respectivos PIB, algo que en estos momentos resulta bastante inalcanzable para la mayoría de ellos. Atendiendo a los guarismos que maneja el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI), hay que decir que el requerimiento del multimillonario suena a otra 'boutade' de las muchas a las que nos tiene acostumbrados. Cabe recordar que, con los datos de 2022, sólo Arabia Saudí (7,4%) y Ucrania (por su situación especial) superarían esa cifra. Le seguirían Israel (4,5%), Rusia (4,1%) y Estados Unidos (3,5%).
La petición de Trump, pues, puede parecer estrambótica, pero, al mismo tiempo, nos enfrenta a una doble realidad. Por un lado, si las naciones europeas (UE y Reino Unido, por ejemplo) eligiesen elevar su gasto militar al 5% de sus respectivos PIB, quizás podrían empezar a pensar en su propia defensa, ya que se posicionarían como tercera potencia militar (en miles de millones de dólares corrientes de 2022), sólo por detrás de Estados Unidos y China. ¿Estamos dispuestos los europeos a llegar a esas cantidades y a empezar a dejar de depender de Washington? Con Trump en la Casa Blanca es evidente que Estados Unidos ha dejado de ser un socio fiable, pero el coste para Europa de no depender de Washington es muy elevado. Por otro lado, ¿estamos dispuestos los europeos a renunciar a nuestro bienestar? Porque si incrementamos nuestro gasto público en defensa habrá que detraerlo de otros servicios y ayudas.
También en esa rueda de prensa del pasado 7 de enero, Trump habló de política exterior en términos sumamente expansionistas. En verdad, estas afirmaciones hay que tomarlas con cautela porque fue una comparecencia bastante larga, lo cual suele poner de manifiesto su poca consistencia intelectual, de suerte que, cuanto más se alarga en una alocución, más deja ver sus debilidades. Lo vimos al hablar de sus recetas para combatir el Covid-19. Y es que, de llevarse a cabo planes de conquista, se crearía un caos mundial tal que resulta inimaginable. Pongamos el caso de Groenlandia, un territorio autónomo dentro del reino de Dinamarca y que ha suscitado especialmente su querencia, no siendo la primera vez, por cierto, dado que el propio Truman quiso comprar la isla tras la Segunda Guerra Mundial. Dinamarca fue uno de los doce fundadores de la OTAN. Y, según el artículo 5 del Tratado, una agresión a un miembro de la organización representa un ataque a todos los componentes de la misma, de manera que si se diese una ofensiva contra Groenlandia, el resto de aliados deberían actuar. Aunque aquí estaríamos ante el absurdo escenario de que fuese un integrante de la OTAN (EE UU) el que atacase a otro (Dinamarca). Es algo tan extravagante que dudo que las autoridades militares norteamericanas admitirían una operación de tal naturaleza. Pero igual pasa con Canadá. Cosa diferente es que la Administración Trump busque presionar en materia económica, algo que se da por descontado y que nos devuelve al punto de partida anterior: EE UU no es fiable.
Por estas razones, y si Europa quiere seguir siendo un actor importante en el tablero internacional que se está configurando, tendrá que resolver si aspira a una política propia, autónoma respecto de Washington, y bajo los intereses europeos, porque, si sigue como hasta ahora, se corre el riesgo de que se enfile hacia la irrelevancia. Por eso, la pregunta clave es: ¿Estamos dispuestos los europeos a cambiar el rumbo de nuestro destino? Sospecho que no, debido a nuestro bienestar, a que nos hay unos liderazgos claros y porque los mandatarios próximos a Trump están aumentando dentro de la Unión. Junto a inversiones millonarias, habría que añadir la carencia de una voluntad política audaz.
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