Capital seguro
Han ido cayendo. Como moscas. Como en 'Diez negritos'. Toda mi pandilla está coronavírica perdida. ¿Toda? No: mi santo, el heredero y yo resistimos al ... invasor. Pero no somos la irreductible aldea gala, sino el sitio de Zaragoza. También caeremos. En whatsapp se pasan el día preguntando «¿Cuándo sales de cuentas?». Mira, qué inclusivo, como si estuvieran embarazadas ellas y ellos. Mientras, comparan los síntomas, se mandan memes y noticias, se recomiendan series, películas y libros. Y se aburren: no saben qué hacer con este tiempo que se ha vuelto mercurio pesado y líquido, que se desparrama lentamente al dejar de estar constreñido por el horario laboral, que se cuela por debajo de las habitaciones en las que permanecen aislados.
El tedio y la soledad han devuelto la actividad al grupo. Lo habíamos dejado para felicitarnos los cumpleaños: uno decía «¡Macho, cincuenta y cinco, qué mala rima!» a las ocho de la mañana y ahí empezaba una retahíla de globos y tartas con velas. Poco más. Nos poníamos los cuernos con compañeros de trabajo, padres del colegio y otros sospechosos habituales. Pero, cuando a causa de la pandemia estos se han acabado perdiendo como monedas que se cuelan por las rendijas del sofá, hemos vuelto al plazo fijo, al dinero seguro: tenemos un capital forjado a base de asistir a enamoramientos, bodas y nacimientos, de habernos visto dejar el tabaco, engordar, de aguantarnos llantos, de compartir cargas secretas e insoportables que dejaban de serlo en cuanto nos las contábamos, de decir tonterías que antes soltábamos echando unas cervezas y ahora salpican los reencuentros en los tanatorios. Qué ganas de volver a vernos. Pero en los bares.
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