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Érase un país que decidió conmemorar la muerte de su dictador. A pesar de que había muerto en la cama. Hecho una piltrafa ('Cardiopatía isquémica ... con infarto de miocardio anteroseptal... heces hemorrágicas en forma de melena') pero al poco de haber firmado cinco sentencias de muerte. El país que quedaba al Oeste del que no se deshizo en vida de su generalito se había librado del suyo poniendo flores en los fusiles. El que le quedaba al Norte descabezó a tiempo varias testas coronadas y los gobernantes que vinieron después tuvieron siempre muy en cuenta de lo que era capaz el pueblo.
El país que hizo largas colas para llorar ante el féretro de su caudillo (otros, cierto, descorcharon champagne) insiste en que cuando murió empezó la libertad. En verdad, tardó mucho más y murió gente (y no en la cama). No es de audaces celebrar la muerte en su catre de un golpista letal. Menos mal que mañana conmemoramos los 600 años de la llegada del pueblo gitano a este país.
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