Vivir en la frontera
Un territorio difuso donde todo pierde su sentido: el amor, las convicciones, la ética, la rabia, la historia
Las preguntas trascendentales son tan simples como las que formula un niño, pero pocos sabios pueden responderlas. Sin embargo, determinan lo esencial de la condición ... humana. Sus límites en todos los órdenes, sus fronteras existenciales. Valga este preámbulo para situar la serie recién estrenada por TVE con el mismo título –'La frontera'– centrada en aquellos sangrientos años 80 en los que ETA se cobraba un promedio de cien víctimas anuales, con los GAL a su espalda y la tolerancia francesa hacia sus santuarios en Iparralde a punto de quebrarse.
Resulta ilustrativo advertir cómo ha ido variando el relato cinematográfico sobre esta cuestión en los últimos treinta años, en base a dos referentes. Los que median entre 'Días contados', de Imanol Uribe, y 'La infiltrada', de Arantxa Echevarría. Bien se podría hablar de una mutación del lenguaje audiovisual y sus perspectivas, hacia una decantación femenina.
Aunque el guion de 'La frontera' lo firman dos excelentes narradores, como David Zurdo y Luis Marías, detrás de la cámara dos mujeres: Yolanda Centeno y María Pulido. Ocurre algo semejante con la trama: mandan las mujeres. Una activista truculenta, Edurne, frente a la hija de un histórico de la organización, Izaskun, enamorada de un capitán de la Guardia Civil, Mario. Pese a que la crítica ha sugerido un remake de 'Romeo y Julieta', el referente obvio es la 'Carmen' de Merimée.
A la manera de aquel José de Lizarrabengoa, cabo de un regimiento de dragones acantonado en Sevilla, el Mario de 'La frontera' cruza la muga para impedir un atentado de ETA en París. Pero aquí Carmen, la gitana de Etxalar, se desdobla en esas dos mujeres enfrentadas a su vez a dos puntos de fuga. El de Edurne, la mujer fatal, y el de Izaskun, la víctima del 'fatum'.
La frontera se vuelve permeable, opera dentro y fuera, nadie la cruza sin consecuencias. La complejidad de los personajes, la tensión de los binomios en juego, subraya la originalidad y el riesgo de este guion. No tanto acerca de aquellos Años de Plomo, sino en torno a los fantasmas personales de cada cual. El vértigo de la soledad, su tormento.
Basta una mirada para encontrarnos, de pronto, al otro lado de la frontera. Un territorio difuso donde todo pierde su sentido: el amor, las convicciones, la ética, la rabia, la historia. Tal vez el secreto de la vida humana resida en la distancia que nos separa de esa frontera invisible. Una pregunta sin respuesta. Salvo en la conciencia de los supervivientes.
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