Supercolgados, hiperconectados
Prohibir es fácil. La asignatura pendiente para padres y profesores es educar. Empezando por ellos mismos
Pese a la alarma suscitada por aquellos chats masivos de contenido pornográfico entre menores, hace un par de años, con más de mil alumnos afectados ... sólo en Gipuzkoa, San Sebastián no se sumó a la primera manifestación 'Antipantallas' que reunió a padres y docentes de doce ciudades, el pasado día 7. Reclamaban una desescalada digital en los centros escolares, establecer edades mínimas de acceso a la tecnología y formación de profesionales, familias y alumnado en eso que no queremos ver: la preocupante incidencia de un exceso de digitalización en la salud física, emocional y cognitiva de los menores.
Los eslóganes eran muy ingeniosos: «Infancia sin pantallas, adultos sin pastillas», «Deja de compartir la crianza con influencers», «Apaga y Veámonos». Faltaba uno, tantas veces subrayado en esta columna: Los menores son una consecuencia de los mayores. Por más que los centros escolares sean responsables de la tutela de esos menores durante seis horas al día, ¿qué sucede durante las otras dieciocho?
Lo vemos todos los días en la calle: pandas de padres felizmente irresponsables dándole al vermú, sus hijos en mesa aparte, encapsulados en sus móviles. Sin duda, para algunos profesores, resulta muy cómodo impartir sus clases a través de dispositivos. Las que imparten tantos padres con su ejemplo y su absoluta insolvencia, desactivar a sus hijos para que no molesten, como si el móvil fuera un juguete más, es lo verdaderamente alarmante.
Nos preocupan las alteraciones neuronales y conductuales derivadas de su narcodependencia digital en los menores. Hablemos de esa recua de papás y mamás entrados en la cuarentena que siguen comportándose como adolescentes pubertales, enganchados a sus cuentas de Instagram, abducidos por el chateo non stop. Los que en sus domicilios han reemplazado las bibliotecas, y también la conversación, por pantallas 'inteligentes' de noventa pulgadas en conectividad total.
Profesores que no son profesores –¿cuántos son realmente docentes?–, padres y madres que no ejercen como tales. Adolescentes a la deriva, entre el autismo familiar y la alienación personal, colgados como sardinas de sus redes. En el siglo de la hiperconexión, desconexión programada de todo lo importante, de lo esencial. Y detrás un mercado colosal, pautado por la publicidad conductista al uso, la que asocia el Iphone a un imaginario de éxito social.
Prohibir es fácil. La asignatura pendiente para padres y profesores, es educar. Empezando por ellos mismos.
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