Secciones
Servicios
Destacamos
Para San Sebastián, al compás de los tambores, un libro y una película no menos resonantes. La película seguro que les suena: 'La sustancia'. El ... libro, 'Narciso desatado', quizá no tanto. ¿Pero qué tienen que ver Demi Moore, la protagonista de la película, el Narciso de Matt Colquhoun y nuestro santo patrón? Precisamente eso: la tiranía de la belleza, tal como se cataliza en el mártir más icónico de la imaginería cristiana desde el Renacimiento en adelante.
Un martirio que parece suscitar el éxtasis, un cuerpo deletéreamente semidesnudo, una mirada hipostasiada. Los pintores del Cinquecento se recrean en ese San Sebastián, arquetipo de la belleza ensimismada. La de Narciso, según el mito. La de la vigente pandemia de narcisismo subyacente al culto a la propia imagen. Sea por la vía de los selfies, o por la de esa sustancia terrorífica con la que tantas mujeres como la que encarna –y desencarna– Demi Moore en 'La sustancia' perpetran sobre sí mismas verdaderas performances de terror corporal, con o sin la complicidad de sus cirujanos plásticos.
Pues bien, en las antípodas de esa lectura condenatoria, Colquhoun plantea una versión disruptiva del narcisismo ambiente. ¿Y si, en lugar de a una sobredosis de vanidad, respondiera a la búsqueda de una imagen personal en la que reconocernos, porque ya no tenemos nada claro quiénes somos y en qué nos estamos convirtiendo? No fue el caso de la madrastra de Blancanieves y su adicción a su espejo mágico, pero sí el de maestros del autorretrato como Rembrandt, Durero o Caravaggio. Quizá no pretendían tanto hablar de sí mismos, sino estudiar sus inquietantes transformaciones.
Sería muy indulgente aplicar esa lectura a las sucesivas mutaciones biónicas de celebrities como Kim Kardashian o Britney Spears. Pero si nos acercamos a otro libro de Colquhoun, 'El Deseo en la Era Postcapitalista', hasta es posible que les concedamos un estatus de santidad equiparable al de San Sebastián. Mártires de la belleza en constante proceso de autotransformación.
¿Valdría para definir la imagen de San Sebastián, ahora como ciudad, desde su entrada en la historia contemporánea hasta nuestros días? Una Donostia que no se cansa de mirarse en esa Concha que es su espejo. Quizá para recordarnos que también Venus nació sobre otra concha, igualmente condenada a ser bella, hasta el fin de los tiempos.
No todo donostiarra es un esteta, pero algo tendremos de Narciso cuando repetimos tantas veces eso de Donosti bat bakarra munduan.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Despliegue de guasa e ironía por febrero en Santoña
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.