El primer pacto entre diferentes
La Constitución de 1978 buscó reglas de juego para encauzar los conflictos, no para resolverlos automáticamente
La celebración, ayer, del 47º aniversario de la Constitución ha puesto en valor la necesidad de recuperar un terreno compartido de convivencia antes de que ... sea demasiado tarde. El actual contexto está lastrado por una polarización indeseable y la irrupción —ya consolidada— de discursos ultranacionalistas que tensionan el marco institucional nacido en 1978. Lo que fue concebido como un acuerdo histórico de integración, articulado en torno al pluralismo y la reconciliación, se ha transformado hoy en un arma arrojadiza disputada por fuerzas que intentan reinventar su significado para reforzar sus propios relatos políticos.
Fue un primer pacto entre diferentes. En el País Vasco y Navarra conviene recordar que el proyecto recibió un 73% de votos válidos a favor, con una participación media en torno al 49% entre ambos territorios. La abstención defendida por el PNV hizo mella Con el paso del tiempo muchos de los que en su momento despreciaron y combatieron la norma se han percatado que es la mejor garantía de nuestro autogobierno en los tiempos que corren.
No obstante, el texto de 1978 llega a este aniversario acompañado de muestras elocuentes de desgaste de materiales. Las continuas alusiones a una 'crisis del sistema', la judicialización creciente de la política y la desafección hacia el Parlamento y los partidos reflejan un deterioro del consenso básico que sostuvo la Transición. La Constitución, que durante décadas funcionó como el marco estable de diálogo, con sus problemas, se ha reconvertido en un símbolo de una confrontación estéril y perniciosa.
Lo que fue concebido como un pacto de integración, se ha transformado hoy en un arma arrojadiza
En este terreno de juego tan embarrado, Vox ha logrado posicionarse como uno de los actores que más notoriedad han ganado apelando de forma insistente a la defensa de la Constitución. Su discurso consiste en presentarse como garante del orden y la unidad territorial frente a un país que, sostienen, estaría amenazado por el secesionismo, el izquierdismo y la 'debilidad' institucional. Sin embargo, su lectura del texto constitucional es, en esencia, retórica, reduccionista y selectiva: apela a los artículos que refuerzan la unidad de España, pero rechaza o minimiza los que consagran la diversidad autonómica territorial y lingüística, la igualdad real entre hombres y mujeres, el carácter social del Estado o la función de los sindicatos y los partidos políticos.
Se trata, en buena medida, de una apropiación dialéctica de la Carta Magna que no conlleva una sincera interiorización de sus principios, sino su uso como un fetiche identitario. Esta dinámica, común en otras extremas derechas populistas europeas, contribuye a la erosión del marco compartido, al convertir el texto constitucional en un arma política más que en un espacio de encuentro. Todo lo contrario de lo que se pretendió en 1978.
La contradicción es que la Constitución se ve también cuestionada desde posiciones de izquierda más o menos radical y desde el abanico de los nacionalismos periféricos. Se presentan discursos que consideran la Carta Magna como un documento agotado, incapaz de dar respuesta a las demandas territoriales o a las transformaciones sociales del siglo XXI. Se alimenta la tesis de que el pacto constitucional es un escollo y no una oportunidad, lo que refuerza la sensación de que el edificio de 1978 ha perdido legitimidad ante amplias capas de la ciudadanía.
Conviene recordar que en Euskadi y Navarra el proyecto recibió un 73% de votos a favor
El desenlace es un tablero donde la Constitución parece pertenecer cada vez menos a la totalidad del cuerpo político y más a cada polo ideológico. La falta de acuerdos amplios, así como la escalada de desconfianza entre instituciones, dificulta cualquier intento de reforma que modernice el texto. La Constitución se mantiene aún como referencia obligada, pero ha dejado de funcionar como un horizonte común. Ese es el problema.
A pesar de ello, el 47º aniversario ofrece una oportunidad para recapacitar sobre el papel del constitucionalismo en la historia de España. Claro que el proyecto de 1978 fue el resultado de una relación de fuerzas y no fue concebido para plantear soluciones automáticas, sino para fijar reglas del juego que permitieran canalizar los conflictos políticos, sociales e identitarios de forma democrática. Si hay voluntad política de acuerdo, la literalidad de los textos es una cuestión secundaria.
Volver a la cultura del pacto es el principal reto para los nuevos tiempos. En un contexto en el que escalaban los relatos rupturistas y excluyentes, cuando se demoniza al adversario y se le presenta como una amenaza existencial que debe acabar en la cárcel, cuando la polarización lo contamina todo, recuperar la Constitución como un terreno de consenso se vuelve imprescindible. La alternativa, la erosión del marco común, es la nada.
Celebrar el Día de la Constitución implica bastante más que recordar con nostalgia la épica de su aprobación. Implica recuperar aquel espíritu que hizo posible el pacto constitucional que enterraba el fantasma de la dos Españas, y reconocer que determinados acuerdos no están garantizados eternamente por la fuerza de la inercia histórica.
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