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Entre los numerosos papeles que cada día firma el ya presidente Trump, figura la desclasificación de los informes oficiales sobre el magnicidio de John Fitzgerald ... Kennedy. En el mismo lote van los correspondientes a los asesinatos de su hermano Robert y de Martin Luther King, secundarios de lujo de la época.
En el caso de JFK, lo que siempre llamó la atención fue la acumulación de piezas que no terminaban de encajar o que incluso ni siquiera pertenecían aparentemente al mismo puzle: cómo pudo tener semejante puntería Lee Harvey Oswald, qué hacía el presidente en un descapotable, en qué estaban pensando los servicios secretos, qué pasó con la 'bala mágica', qué pintaba en todo esto Jack Ruby o cómo pudieron morir tantos testigos en los años posteriores a los tres disparos.
En su película, Oliver Stone coquetea con tantas hipótesis que al final no resuelve ninguna: sería obra de la mafia, de la URSS, de los anticastristas, de la industria armamentística, del luego presidente Johnson, de la CIA... Más que una conspiración para que no se supiera quién estaba detrás del crimen, parecía una turbamulta organizada para que todo el mundo creyera que había una conspiración.
Es posible que una vez que los investigadores examinen la documentación desclasificada concluyan que un perturbado apostado en un almacén de libros le disparó tres tiros en la cabeza el presidente de los Estados Unidos. Conspirar es algo que hace mucha gente, pero en general a la única que le sale bien es a la Realidad.
Como no sabemos nada, todo es posible. Sería un magnífico desenlace y lo más parecido posible al flujo de la vida: una narración chapucera con un débil argumento y una trama chapucera.
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