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Si empezamos a contar desde que el corderito nace, luego crece, lo sacrifican, lo cocinan a baja temperatura y lo emplatan, seguramente se tarda más ... que en construir la nueva sede del Basque Culinary Center que en servir la comida. Lo cual no es una crítica, sino la expresión de un asombro ante la mecha a la que ha ido su edificación. También es verdad que dijeron 'slow food', y ni una palabra tipo 'construye despacio'. El segundo asombro es que, en contra de las últimas tendencias en arquitectura, el resultado parece que se asemejará bastante a la imagen virtual con la que se promocionó el proyecto. Normalmente, el uno y la otra acaban siendo irreconocibles.
Amén de las fundamentadas dudas que en términos financieros pueda suscitar la cesión de suelo municipal para un proyecto privado, parece claro que el BCC necesitaba más a Gros que Gros al BCC. Estamos hablando de un barrio que a duras penas consigue soportar la existencia de una librería, pero en el que no queda portal que no acoja un piso turístico y que al menos desde la calle San Francisco hasta La Zurriola vive el esplendor social que sólo proporciona la hostelería.
Por contra, la parcela desaparecida y ahora edificada, descrita como una especie de reserva de la biosfera y en realidad, una madriguera de roedores, eso sí, de una tipología inmensa. Eso que ha salido ganando una vecindad que tiene Ulia a unos minutos.
El tiempo tiene la palabra. Puede que los vecinos de Gros ya nunca levanten cabeza de semejante mazazo o puede que el día que se abra haya colas para verlo por dentro, que las viviendas del entorno se revaloricen aún más y que en unos años nadie recuerde que se opuso.
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