Como en todas las elecciones recientes, aquí y fuera de aquí, en Francia hoy confrontan dos proyectos: el de los que aspiran a que las ... cosas se mantengan a duras penas como hasta ahora y no empeoren y el de los que anhelan que las cosas vuelvan a ser como eran antes. Son dos proyectos imposibles, pero es lo que hay una vez que cualquier idea optimista del futuro se ha derrumbado.
La promesa de mantener intacta la situación corresponde a las fuerzas progresistas, pero centrémonos en la segunda, enarbolada por las listas de la ultraderecha: volver a los viejos buenos tiempos es un compromiso imposible de cumplir. Hasta ahora, nadie ha conseguido dar con la tecla que frene el auge de los movimientos populistas reaccionarios ni en Europa, ni en EE UU, ni en Latinoamérica. De igual forma, ninguna de las ultraderechas ha logrado ni por asomo que las cosas volvieran a ser como antes. Vaya lo uno por lo otro. Trump prometió «hacer grande América otra vez», pero con las imágenes del asalto del Capitolio en la retina, lo único que hizo fue que medio planeta se preguntara qué pintan los hijos de las élites estudiando en ese país en llamas.
Francia lleva dos décadas salvando bolas de partido frente a las diversas mutaciones del partido que fundó Le Pen padre y amplió Le Pen hija, pero el eterno juego en el que la ultraderecha está al servicio y todos los demás al resto emite ya síntomas de agotamiento. El éxito de todos los frentes nacionales no estriba tanto en sus programas irrealizables como en su compromiso de que quienes permitieron que ya no haya Eurocopas exclusivamente blancas son los culpables de todos los males y serán duramente castigados.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión