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Se acabó el recreo

Hablemos sí, pero reconociendo que algunos han callado demasiado tiempo, y que tienen menos legitimidad para pedir diálogo, si han socavado el cumplimiento de leyes y sentencias

JOSEbA ARREGI

Jueves, 12 de octubre 2017, 12:11

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Las palabras del título pudieran no contener más que un deseo ingenuo. En cualquier caso debieran ir acompañadas de un complemento que dijera «para todos», pues en el drama que han cocido los nacionalistas radicales en Cataluña hay muchos acompañantes para los que debe valer el aviso.

En primer lugar vale para los líderes nacionalistas de Cataluña, aunque no hagan otra cosa que seguir la senda trazada por Pascual Maragall, quien usó el nacionalismo y la reforma de la Constitución española por la puerta de atrás, la reforma del Estatuto, para llegar al poder y consolidarse en él. No iban a ser menos los nacionalistas, que siéndolo ya no tuvieron más remedio que radicalizarse. Pero este juego de «y yo más» se ha acabado. Ha llegado al final después de romper todos los cristales que podían ser rotos. El más grave, el de la mínima concordia que debe existir en una sociedad civilizada como la catalana, aunque alguna psicóloga siga pensando que solo los que miramos a Cataluña desde fuera vemos la fractura que en realidad no existe.

Se ha acabado el recreo también para los dos partidos de gobierno de España, PP y PSOE. Sabiendo que la Constitución del 78 obedecía al contexto concreto de la transición y de la reconciliación nacional, sabiendo que en un tema tan peliagudo como el del reparto del poder territorial no se pueden dejar abiertas las puertas constitucionales hasta el día del juicio final, no han hecho los deberes. No vale escudarse en que no se podía abrir el melón de la reforma constitucional sin tener asegurado un consenso igual al del 78, porque ese consenso hace tiempo que ya no existe, ni tampoco se puede plantear la reforma de la Constitución desde la perspectiva instrumental, para arreglar la cuestión catalana.

Se ha acabado el recreo y ya es hora de que los dos partidos, más Ciudadanos -con Podemos no se puede contar porque con el tema catalán está a ver si se les abre la puerta de la revolución y cambio de régimen que tanto desean, pero que son incapaces de impulsar por sí mismos- acometan con toda seriedad la reforma de la Constitución. Una reforma que debe tener como finalidad principal diseñar y reforzar los mecanismos que representan el conjunto del Estado desde la perspectiva de la pluralidad de los territorios dando primacía a las relaciones multilaterales por encima de las bilaterales y exclusivas entre cada autonomía y el Gobierno central. Una reforma que tenga como eje y principio inspirador el de la lealtad: del todo con las partes y de cada una de estas y de su conjunto con el todo. Se acabó la costumbre de negociar asuntos que afectan al conjunto de los ciudadanos con beneficios para parte de ellos. Se acabó la exigencia permanente de que se cumplan las previsiones de transferencias estatutarias sin compromiso de asumir la legitimidad de la Constitución, legitimidad de la que viven los Estatutos de autonomía. Se acabó la costumbre de plantear reformas estatutarias que implican la reforma de la Constitución por la puerta de atrás, creando así supuestos choques de legitimidades que abocan a conflictos que solo pueden tener solución dialogada fuera del cumplimiento legal, porque ya se ha creado, pretendidamente, un ámbito más allá de las leyes actuando en fraude de ley.

Se acabaron los eufemismos y las ambigüedades que venden reformas estatutarias implicando nuevos estatus de relación con el Estado e induciendo a los ciudadanos a creer lo que ni es ni puede ser. Se acabó el discurso de más y más autogobierno como único sentido y dirección de la política autonómica y que implica no preguntarse nunca si más es igual a mejor, si surgen problemas para que los ciudadanos sepan quién es el responsable de cada decisión política, una de las razones principales para la reforma constitucional alemana. Más puede ser mejor, pero también menos, y sobre todo lo mejor es claridad en la asignación de responsabilidades. Se acabó el falso reparto de responsabilidades actual: los buenos los gobiernos autónomos, el malo el central.

Se acabó también el proponer diálogo sin reconocer que todo diálogo requiere asumir las reglas comunes del lenguaje sin el que la mutua comprensión es imposible, sin reconocer que la regla común del lenguaje de la democracia es la gramática constitucional, se acabó el idealismo de que es mejor renunciar a las banderas, como si los problemas de España fueran de banderas, sin reconocer que hay una, la española, que no puede existir sin las otras 17, y que son algunas de éstas las que solo se entienden en la soledad de la exclusión de las demás y de la que representa el conjunto de todas ellas. Se acabó el idealismo de pretender que en el problema actual existen dos partes igualmente responsables e igualmente obligadas a renuncias: no es posible diálogo alguno si no se reconoce que unos han dado un golpe de estado y que otros, habiendo cometido probablemente errores políticos de cálculo y de dejación, defienden el orden constitucional que garantiza libertades y derechos a todos, y las leyes que concretan esa garantía.

Hablemos sí, pero reconociendo que algunos han callado demasiado durante demasiado tiempo y que ahora tienen menos legitimidad para reclamar diálogo, especialmente si han socavado hasta ahora las reglas que posibilitan un diálogo democrático, el cumplimiento de leyes y sentencias. No hemos llegado, por fin, hasta aquí, hasta contar con un Estado y un Estado de derecho, mal que les pese a todos los defensores de otro derecho, de derechos diferenciales, para volver a instaurar y reconocer nuevas noblezas, no individuales y dinásticas ahora, pero sí territoriales, grupales y también dinásticas por históricas: se acabó, para esto se hizo la revolución francesa, para esto se arrebató al monarca absoluto la representación de la nación, para eso se sometió la voluntad soberana del pueblo al imperio del derecho para admitirlo como democrático sólo como voluntad constituida. Se acabó el recreo. A trabajar.

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