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tribuna

Reparación moral

Las mayores de 65 años y más no podemos conformarnos con tratar de reconocernos en lo mejor de lo que nos ha pasado hasta ahora obviando déficits, carencias e involuciones.

PPLL

Miércoles, 8 de marzo 2017, 07:06

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Las mujeres que tenemos 65 años y más hemos atravesado en no pocas ocasiones penurias materiales y morales; también alumbrado esperanzas y librado batallas íntimas o públicas por nuestra dignidad. Tan importante ha sido el tesón de unas como el aguante de otras para que podamos mostrarnos satisfechas del espacio conquistado en igualdad. Pero junto a esa convicción general de que las mujeres estamos hoy mejor de lo que podríamos haber estado si nos hubiéramos dejado llevar por la inercia de un mundo edificado para los hombres, no son pocas las ocasiones en las que percibimos que los avances de justicia tampoco son irreversibles.

Hace nada que hemos conseguido que se llame por su nombre a la violencia machista, pero son demasiados los días que nos sobresaltan con la más cruel de las noticias: el asesinato posesivo y cosificador. Se vuelven insistentes las denuncias sobre la desigualdad que padecen las mujeres en la carrera profesional y en el salario, pero no proliferan las medidas positivas que corrijan algo tan irracional. Las niñas contemplan una versión, siquiera edulcorada, de la distribución de roles que nosotras, las mayores, conocimos a su edad. Y como nosotras son invitadas a reproducir los papeles adscritos al ninguneo doméstico, al sometimiento a la aceptación ajena del cuerpo propio, a la limitación de las expectativas personales sacrificadas por el bien de las del otro. Una mezcla de satisfacción orgullosa y de decepción vigilante se apodera de nosotras en este 8 de marzo. Estamos en nuestro derecho de demandar una reparación moral por todas las oportunidades que se nos fueron negadas prácticamente desde que nacimos, por el ostracismo padecido por unas y por el esfuerzo sobrehumano al que otras fueron obligadas para hacer realidad una porción de sus sueños. La expresión mínima de esa reparación moral sería poder reconocernos, sin esfuerzo, en la igualdad real de las mujeres de hoy respecto a los hombres.

Pero estamos todavía muy lejos de eso. Muy lejos y sin ninguna seguridad de que la historia que aun queremos protagonizar no esté sujeta a graves retrocesos.

Es muy difícil que la reparación moral sobre el pasado vital de las mujeres que tenemos 65 años y más se haga palpable en la peripecia de las mujeres de hoy cuando hay quien desde un escaño del Parlamento Europeo se atreve a reivindicar la supremacía del hombre justificando que ella tiene bien merecida su suerte porque se trata de un ser física e intelectualmente inferior.

Aquella irrupción de barbarie en la que debiera ser la Cámara de todas las europeas no fue la manifestación de un aventado peligroso solo si te encuentras a merced de él. El episodio constituye una gran trampa porque tiende a obligarnos a las mujeres a retroceder muchos años en nuestra dignidad para que comencemos por defender nuestra propia existencia como seres con aptitudes que pueden competir perfectamente con las de los hombres en todo lo importante. Es la trampa a la que, de una manera u otra, pueden recurrir tantas corrientes de opinión e instancias de poder e influencia reacias a que las mujeres sigamos dando más pasos adelante en cuanto a nuestra dignidad.

Por eso las mayores de 65 años y más no podemos conformarnos con tratar de reconocernos en lo mejor de lo que ha pasado hasta ahora, obviando déficits, carencias e involuciones. Nuestra vida es el espejo frente al que invitamos a mirarse a las mujeres que son más jóvenes que nosotras para percatarse de cuánto han logrado avanzar realmente en derechos tangibles y en dignificar su individualidad entre los pliegues de la vida cotidiana y de las relaciones personales o familiares. Pero no nos contentamos con eso.

Exigimos la reparación moral que la sociedad actual nos debe en nombre de la sociedad pretérita. No solo porque nos parece de justicia restituir siquiera moralmente el daño, por lo general irreparable, sufrido por tantas y tantas niñas a las que se les negó la escuela, que fueron matrimoniadas por conveniencias fabuladas, que sufrieron maltrato emocional y físico, y que aun hoy se sienten emplazadas a olvidar lo peor para preservar la inocencia de su prole, cuando no conminadas a seguir soportando lo indecible en el hogar.

Nos rebelamos también frente a la iniquidad y a la indolencia, para reclamar un hilo de justicia retrospectiva que proyecte luz hacia el futuro. Porque la banalización del machismo y la desmemoria inducida conforman el terreno más propicio para impedir que las mayores de 65 años y más nos hagamos justicia.

* Firman este artículo Pilar Marco (exjefa del Servicio de Cuidados Intensivos del Hospital Donostia), María Loyola (traductora), Carmen Echaniz (trabajadora social y docente) y Begoña Rodríguez (trabajadora). Son miembros del patronato y voluntarias de la Fundación Aubixa.

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