«Utilizaba el trago para todo y gracias a mi 'madrina' he podido avanzar»
La donostiarra Lucía llegó a Alcohólicos Anónimos hace seis años «con todo perdido» y con ayuda de una compañera está logrando encauzar su vida
«Empezaba con un trago y no sabía parar. Y no paraba hasta que vomitaba o me desplomaba en el suelo». Después de seis años ... sobria y con la lucidez que le robó la bebida, la donostiarra Lucía (nombre ficticio) sabe lo que supondría volver a probar una gota de alcohol; sería como volver al «infierno», según describe esta mujer de 42 años. Llegó a Alcohólicos Anónimos Gipuzkoa «con todo perdido» y gracias a su 'madrina' ha conseguido «encauzar» su vida de nuevo.
Ambas mujeres se dan muestras de apoyo durante la entrevista mientras el relato de Lucía discurre por los episodios más oscuros desde su primera borrachera con 17 años. Después llegarían muchas más. Y con los atracones, las lagunas mentales, las mentiras, las benzodiacepinas mezcladas con la bebida y los ingresos en urgencias. Ana, su 'madrina', sabe de lo que habla. También entiende lo que es probar un trago y no poder parar.
Lucía y Ana mantienen una relación casi de madre e hija. «Para mí es un guía espiritual, alguien que te acompaña y aporta sus vivencias. A veces siento como si fuera mi madre, ese cariño y el saber que no estoy sola», cuenta Lucía, que expresa que ya se encuentra «mejor». Pero «procuro ser cuidadosa». Dice que está aprendiendo a «relativizar» porque «yo para cualquier cosa necesitaba el trago. Hubo un momento que era una locura, es cierto lo que suelen decir en el grupo, que antes de matarte, el alcohol te vuelve loco», cuenta esta donostiarra, que estuvo atrapada durante años en una espiral sin control. «Empecé a beber como la mayoría de la gente, con los amigos, la pareja... y me agarré alguna que otra borrachera pero no le di más vueltas. Era joven, ¿no? Sin embargo, el cuerpo cada vez me pedía más. Empezaba con un trago y no sabía parar y pasó a ser una rutina. Comencé a beber en casa a escondidas y por la calle siempre iba con un botellín de agua o de zumo rellenado con alcohol». Se retuerce en el asiento cuando habla de las «lagunas mentales cuando amanecía y no estaba en mi casa, de preguntarme 'esta no es mi habitación, dónde estoy y quién eres tú'. El cargo de conciencia al día siguiente es muy doloroso». Por más que lo intentaron, sus familiares y amigos no pudieron ayudarla –«yo no lo aceptaba, ¿cómo iba a tener yo una enfermedad?»– y su adicción se agravó cuando empezó a mezclar la bebida con los fármacos. «Toqué fondo. Gracias a la poca lucidez que me quedaba, vine aquí (a la asociación) y ha sido una bendición, porque hablamos nuestro propio idioma. En la calle no se entiende; el alcoholismo es una enfermedad muy estigmatizada, es horrible. Encima siendo mujeres, doble castigo, eres como lo más perdido de la sociedad. Y duele bastante, pero se tira para adelante», asume. Agradece toda la ayuda que le está prestando su madrina para superar su adicción, ya que sola «no habría podido». Sabe que puede comunicarse con ella «en cualquier momento» y llamarle «antes de que sea tarde» porque «me juego la vida». Su rostro muda. «Yo he sido muy orgullosa y me ha costado mucho también pedir perdón. He tenido a mis padres en un sinvivir ahora soy consciente y veo el daño», se sincera.
En el caso de su 'madrina', empezó a beber desde cría, apurando «los culines de los vasos de vino y pacharán» después de las comidas y con los años «noté que el alcohol me evadía del mundo hasta que no supe afrontar la vida sin beber. Caí en picado, me vi viviendo con los sintecho teniendo casa, familia...», se lamenta. Entonces tocó las puertas de Alcohólicos Anónimos. «Me apadrinó un grupo de personas y me dieron su fortaleza y esperanza. Gracias a ellos, tengo una vida feliz y útil», afirma, y defiende que «no hay que sentir vergüenza por verse un día como alcohólico anónimo, lo que es vergonzoso es continuar en el error, sufriendo y haciendo sufrir al resto de la sociedad. Hay que darse una oportunidad porque hay solución. Y la fortaleza que me pasaron a mí yo tengo que pasarla a otros».
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